¿has leído “el silbido de la serpiente”?

Publicado el 26 septiembre 2018 por Aidadelpozo
HOLA, AMIGO DE TORMENTAS DE TINTA. ESTA SEMANA INAUGURO EN MI BLOG UN NUEVO CONTENIDO QUE HE LLAMADO "¿HAS LEÍDO...? AQUÍ PODRÁS LEER FRAGMENTOS DE OBRAS DE OTROS AUTORES, PERO LA INICIO HACIENDO PROMOCIÓN DE UNA DE MIS NOVELAS.

Hoy toca hablaros de la primera novela que publiqué en AMAZON, EL SILBIDO DE LA SERPIENTE.

Hago el inciso de que ninguna de mis novelas están publicadas en otro portal ni puedes encontrarlas en librerías físicas. Si deseas adquirir la novela en formato papel o en digital, abajo te dejo el enlace para que la compres. Si vives en España, puedo enviártela en papel y dedicada. Solo tienes que enviarme un mail a comeduradecoco@hotmail. com, indicando que deseas adquirirla y me pondré en contacto contigo.

¿Te apetece leer un fragmento de EL SILBIDO DE LA SERPIENTE?
Pues prepárate. Descubre a un asesino en serie muy particular, un estudiante de psicología cuya identidad sexual empieza a poner en duda y una peluquera que pinta cuadros un tanto especiales.

"Ana vivía con sus padres. Su único hermano había muerto tres años antes durante un atraco perpetrado a una sucursal bancaria. Parecía sencillo. No era la primera vez que él y sus amigos asaltaban un banco. Siempre hay un día de mala suerte y Samuel se había encontrado con la parca un día maldito por excelencia. La bala que le atravesó el pecho y que acabó con su vida, lo hizo un martes y trece. Desde entonces, en casa de Ana los días eran grises, aunque en la calle luciera un sol espléndido. Para sus padres, Ana había dejado de existir tras el fallecimiento de Samuel y se había convertido en la sombra que no le había acompañado en su viaje, viajando entre sus paredes, desapercibida y silente.
Su padre estaba hastiado de trabajar y de luchar y no tenía tiempo para ella. Los tiempos eran complicados, la crisis se hundía en la carne de las familias con certeras dentelladas y el taxi apenas daba para cubrir las necesidades más básicas de la familia. La universidad era un lujo que no podían permitirse. Desde muy pequeña, Ana había demostrado ser autosuficiente y capaz de moverse por el mundo sin necesidad de manos amigas ni de abrazos protectores. Si se caía, se levantaba sin ayuda. Por eso la dejó sola para dedicarse por entero a su mujer y al negocio.
Su madre no salía de casa. A no ser que su marido la obligase, no se levantaba de la cama y, si lo hacía, era para apoltronarse en el sofá y plantarse frente al televisor, sin importarle el programa que se estuviera emitiendo. Sus ojos fijos en la pantalla pero su mente en otro lugar, muy lejano. Por ese motivo su casa ya no parecía un hogar, su padre había dejado de ser su padre y su madre era un espectro con carcasa humana pero sin espíritu que la llenase.
Para Ana, su casa había dejado de ser un hogar para convertirse en un montón de ladrillos, cuatro paredes sin calor y donde, por muy radiante que estuviera el día, la luz del sol parecía haberse negado a traspasar los cristales de sus ventanas. Por ese motivo, Ana había aprendido a evadirse, inventando su mundo cimentándolo en un futuro en el que tendría un hogar y no solo una casa.
De lunes a viernes Ana acudía a clase en un instituto público cercano a su domicilio y los fines de semana trabajaba en una hamburguesería del barrio. Ahorraba prácticamente todo el dinero que ganaba para dedicarlo al futuro pago de la matrícula de la universidad y de los libros de texto. Fijado su objetivo en estudiar psicología, se había propuesto alcanzarlo y ayudaba el hecho de que apenas tenía tiempo libre en el que gastarse el sueldo. Hablaba con sus amigos por Twitter y WhatsApp y solo salía con ellos uno o dos días al mes, dado que el escaso tiempo del que disponía lo dedicaba a sus estudios. "Tal vez algún día podré ayudar a mi madre a regresar a casa", se decía cándidamente.
Aquel domingo había tenido turno de noche. La jornada, como de costumbre, había sido agotadora. Era la una de la madrugada y apenas quedaban media docena de clientes en el local. Se quitó el uniforme, lo dobló cuidadosamente y lo metió en su mochila. Cogió su abrigo y se puso su grueso gorro de lana y su cálida bufanda gris. Ernesto, uno de sus compañeros de trabajo, le propuso acercarla a casa. A él le quedaba todavía media hora para acabar su turno pero Ana, cansada y deseosa de meterse en la cama, rehusó amablemente su ofrecimiento con una cálida sonrisa. Ernesto le gustaba y sabía que él se sentía atraído por ella, aunque no entendía cómo su compañero de trabajo todavía no se había decidido a confesárselo. Aún así, en aquella ocasión el cansancio pudo más que el imaginario beso que llevaba tiempo esperando y unas posibles caricias a ciegas, al abrigo de la oscuridad de su portal.
Cogió su bolso y su mochila y abandonó el establecimiento a buen paso. Su casa distaba apenas cinco minutos del restaurante. Nunca perdía el tiempo en mirar atrás y siempre iba a casi la carrera cuando le tocaba turno de noche.
Cuando llegó a su portal refunfuñó. Hacía un par de semanas que el foco exterior del portal estaba fundido. Maldijo en silencio, rebuscó en el bolso las escurridizas llaves y, tras palparlas, respiró aliviada. Giró la llave en la cerradura y sonrió. Respirar y sonreír. Hizo ambas cosas, por última vez. Una mano tapando su boca y un dolor agudo en el costado".

Pronto publicaré un nuevo ¿Has leído...? Esta vez te invitaré a descubrir: EL DÍA QUE PERDÍ MI SOMBRA.