19 de noviembre de 2009
El día que decidí crear un blog estuve pensando en un título que resumiera, en una frase corta, la intención de esta aventura que estoy comenzando y que ni siquiera sé si voy a saber manejar en este lío de html, webs, bloggers y demás términos indecifrables.
Lo único que pretendía era crear un lugar, un espacio en este mundo infinito de la red donde quedar para charlar con los amigos, donde asomarme a recordar una canción, o a retomar una conversación que nunca debió terminarse.
Y, de repente, pensando en las charlas, en las risas y en las canciones, sentí la enorme necesidad de tomar un café.
Es curioso porque a mí el sabor del café no me gusta. Ese regustillo amargo no es muy de mi agrado. Pero el olor...ese olor que lo inunda todo...
Creo que el aroma del café ha llenado durante tanto tiempo mi vida que me arrastra con él a lo mejor de mí misma. El café me trae el olor de mi casa, bueno de la casa de mis padres que será siempre la mía, el tacto del sofá de los domingos, muy temprano, cuando hay que charlar bajito para no despertar a los niños, el parón en los estudios cuando mi hermana, parodiando las telenovelas que hacían furor en los 80, nos "provocaba un cafetito"...es el café de las mañanas con mi amiga de siempre con la que no puedo arreglar el mundo nunca, es la locura del momento de relax en el trabajo, cuando una chica morena me deja alucinada cada día con su memoria: manchado para mí, avellanado para la compi, descafeinado el del jefe, cortado para los snobs y hay un amigo, el más valiente, que todavía en noviembre lo quiere helado.
Cuantas historias contadas y cuantos secretos guardados alrededor de un café.
Por eso he decidido invitaros a charlar imaginandonos frente al líquido negro. Cada quien puede contar lo que quiera mientras removemos el azúcar del fondo. Os prometo que nunca faltarán el colacao para el que no toma café, el donut para el que pueda permitírselo y la sonrisa de bienvenida para todo aquel que quiera aceptar esta invitación al sentimiento.