Hasta que tú apareciste

Publicado el 09 febrero 2018 por Aidadelpozo

Y con el alma pura del niño le recibí, una mañana de agosto. Sin ropajes de prejuicios, sin harapos de maldad o egoísmo. Yo desnuda, con mi piel blanca y mi transparente mirada, con mi miedo y mi imprudencia, con los sueños que salen de los recuerdos del corazón, tapados por arena, piedras y lodazales enteros de desengaños.

Así vino a mí, así se presentó. Y mis miedos cesaron, mi imprudencia se hizo fe, mis sueños se volvieron materia en mis manos. Y su piel ardió junto a la mía. Amor, amor, que embriagas entre cuatro paredes, entre cuatro recuerdos, entre cuatro susurros inesperados.

Y así estuvimos horas. Riendo a carcajadas, pegados piel con piel, sin querer separarnos. Así estuvimos hasta que acabó todo. Como acaban todas las cosas, sin razones, sin motivos, sin respuestas. A mil preguntas que desearía hacer, mil inequívocos silencios. Pues, ¿qué es la ausencia de palabras sino la más rotunda de las respuestas posibles?

Y llegó el día con la luz de las verdades, cortando como un afilado cuchillo de hielo todas mis esperanzas. Y llego la tarde, con esa infinita luz anaranjada, donde los sueños se marchitan y no crecen más las flores. Y llegó la noche, como boca de lobo, perturbadora y ciega, arrastrando sus pies como parca para envolverme en texturas de insomnio y lágrimas.

Y llegaron más días, tardes y noches sin consuelo.

Hasta que tú apareciste...