una imagen, que es extraña,
y sin embargo me saluda,
como si me conociera de siempre,
unos ojos que interrogan el cristal
intentando darle forma y contenido,
y unos labios que se estiran y se encogen
deseando balbucear unas palabras.
Pero yo, plantado ante el espejo,
no sé qué responder ni que decirle,así que me enjuago la boca,
tomo el cepillo de dientes,
abro la pasta
y doy comienzo a ese proceso
de limpieza.
Luego vuelvo a buscar el espejo
y, poco a poco, parece que la cara
toma forma,
y en ese rostro que ya me es un poco familiar,
puedo adivinar una peca
que se esconde en su mejilla,
aunque si miro fijamente
seguro que no la veo.
Pero es igual.
Puede ser la miopía de mis ojos
que, sin gafas,
se desplazan, vagabundos,
por el mundo de los sueños, todavía.
Es inútil intentar que la razón
me devuelva al nuevo día,que salude al personaje imaginario
que se esconde en el espejo
y que salga del sopor
y las legañas de la noche.
Como un ciego, sin bastón,
voy andando hasta la ropa,que me pongo,
para andar en la mañana,
y lo hago de una forma controlada
e instintiva.
Tras calzar mis zapatillas deportivas
salgo afuera de la casay recibo la caricia de la vida,
con los cantos de las aves
y la brisa que acaricia mis mejillas.
Hay un "hola" que se escapa
de mis labios,respondiendo a tanto halago,
y esa misma sensación acelera
los latidos de mi pecho.
Doy mil gracias a la vida
y también a cada instanteque me deja,
y es entonces que recuerdo
a la persona del espejo,
a ese rostro, en apariencia,
tan extraño,
y sonrío al recordarlo.
Es la sombra de ese ángel de la guarda
que camina a nuestro ladoy no lo vemos,
que despierta con nosotros,
que se mira en el espejo,
que bosteza y que sonríe
y hasta da "los buenos días",
en un gesto sin palabras...
Rafael Sánchez Ortega ©
13/07/18