Revista Literatura
Hay que crear cada día, hay que inventar cada día
Publicado el 12 julio 2012 por HouseEsta mañana regresaba acelerado de Oviedo. Era tarde, muy tarde. Estábamos rozando la una de la tarde cuando, a grandes zancadas, entraba al Hotel Don Manuel. Ya a la entrada veo en la terraza, a pie de calle, a muchas caras conocidas que apenas saludo porque convocatoria manda. Es la Semana Negra, la fiesta del libro, de la diversión y de la fritanga edulcorada con aroma a recorte pepero. En la planta inferior del hotel, Ana María Matute acababa de comenzar una conferencia de prensa. Se trata de una sala minúscula, y atiborrada de periodistas, redactores, fotógrafos, cámaras y un enorme tropel de medios. La expectación es grande. Es la primera vez que esta octogenaria afable y transparente pone los pies en Gijón para asistir a la Semana Negra. Los años no pasan en balde y, como ella misma dice, ‘la vida pasa factura’. Y a ella se la está cobrando. El paso del tiempo está ahí; su voz es débil y su oído muy rígido. Pero no importa, se despacha a gusto, sin pelos en la lengua. La edad es un odioso peaje que cada mortal paga indebidamente, aunque en algunos casos la factura está bien emitida. Algún que otro malnacido se va de vez en cuando, aunque no tantos como sería la preceptivo. Recuerdan eso de que siempre se van los buenos, y los hijos de puta quedan, ¿lo recuerdan? ‘La Matute’, como ella misma se suele definir, se despacha bien y no tiene pelos en la lengua para llamar a las cosas por su nombre y poner los puntos sobre las íes. Considera un horror, por ejemplo, que su obra sea lectura obligada en los centros de enseñanza. La argumentación resulta más que válida. No se puede leer por obligación. Por la tarde, el sol comienza a desperezarse con parsimonia. El recinto semanero vuelve a florecer por sexto día consecutivo. Con cierta armonía musical las jaimas y los chiringuitos varios comienzan a abrir sus puertas. Lentamente curiosos y no curiosos comienzan a pulular por el recinto buscando no sé muy bien si un libro en edición de bolsillo, una caja de preservativos, o un paquete de churros grasientos y con una excelente dosis de colesterol. La fauna que cada tarde hormiguea por las carpas de rigor, poco a poco hoy comienza a hacer acto de presencia. En una esquina observo un par de viejas raquíticas y inmundas, con olor a moho cocido. Caminan en dirección a los chiriguintos de la feria, hacía la noría. Un policía las observa y piensa: “¡qué ganas os tengo, cabronas!”. No les pierde ojo en la distancia. Al final la marabunta las absorbe, el sol aparece con timidez, y las viejas desaparecen entre la multitud. Las envuelve la gente y la mugre. El agente me mira y afirma: ‘Estas cabronas ayer birlaron tres carteras, y se me largaron, pero hoy caerán’. Le deseo suerte, y prosigo mi camino. Las chatungas con teta y tanga transparente toman las calles del recinto, pero pasan de largo por la zona de las librerías. No les interesa, prefieren buscar un polvo rápido antes que un libro de bolsillo. Son unas barbilampiñas de tres al cuarto que huyen de Rajoy y su comparsa, y se refugian en el elixir semanero. No puede ser de otra forma, estamos en la Semana Negra, y hay de todo. También chatungas huyendo de recortes. Vuelvo sobre mis pasos, y me tropiezo con varios senegaleses que miran de soslayo el paso de dos tipos duros: pinganillo al oído, gafas oscuras, cabezas peladas y ropa ajustada. Da la sensación que no quieren que se les reconozca, pero no es necesario. Nadie advierte su presencia, y prosiguen su camino en dirección al mercadillo interétnico cómo si tal cosa. Alguien dice que son dos ministros. Hagan apuesta. Uno es Soria. ¿y el otro? Me hastío de caminar en medio de unas calles empolvadas y empedradas que cada vez observo más atestadas de chatungas y niñatos preadolescentes jugando a superhéroes, de viejos casposos con olor a sudor, de marujas buscando unas ofertas de bragas (a ser posible sin perdigones, que diría mi madre). Hay de todo. No es una botica, es la Semana Negra. Regreso a la carpa de encuentros que poco a poco se llena. No es para menos. Se espera a ‘la Matute’. Cuando llego a la entrada un grupo de lobas vienen a mi encuentro y me piden más y más. Pero no es el momento ni la situación. Las calmo y consigo que se sienten en las primeras filas. De repente cómo si tal cosa aparece nuestra estrella. Su estado de salud le exige llegar en coche hasta la puerta de la carpa. Desciende lentamente pero serena, se acomoda en su silla de ruedas y rodeada de una guardia de corps bastante bien apañada accede a la carpa por un lateral. Las moscas empiezan a pulular alrededor: una firma, otra, un susurro, un cuchicheo, otro, otro… Se intenta poner orden y concierto, pero es imposible. Es Ana María Matute, y eso ya lo dice todo. Siempre rodeada de la guardia de corps, accede al estrado en su silla de ruedas, y el respetable aplaude insistentemente, como se aplauden a las estrellas de verdad. La ovación que sólo merecen unos pocos. Hoy, ella. Exclusivamente. Se inicia el acto. Como sucedió esta mañana, pero con problemas de sonido, nuestra académica habla con rotundidad, y comienza a interactuar con su amigo el trotamundos José Manuel Fajardo. La química literaria se percibe y rezuma en el ambiente. Hablan de lo humano y de lo divino, de literatura y de libros, de cultura, de la vida de ambos, una vida con un denominador común: el libro. Siete décadas de escritura conceden el privilegio de poder hablar con propiedad, pese a quién le pese. Incluido a Wert. La carpa está a rebosar. No hay una sola silla libre, y son muchas las caras conocidas y populares de la vida cultural y social que esta catalana tan querida y tan leída desmenuza con la misma suavidad de su voz ha convocado y ha concitado. También empiezan a verse caras ausentes hasta hoy, caras imprescindibles en este festival del bocadillo y la palabra, del criollo y el cómic. Se ha repetido cientos de veces, pero es una verdad absoluta: La Semana Negra es querida y odiada, visitada y repudiada, pero gracias a este evento, tenemos la oportunidad de encontrarnos con autores que ya forman parte de la historia viva de la literatura universal: Ana María Matute, Jorge Semprún, PIT II, Juan Madrid o Andreu Martin, entre un eterno elenco de autores. El tiempo transcurre más veloz. Está a punto de terminar el acto. En el horizonte se atisba algún que otro problema derivado de la más que masiva presencia de público. Después de casi una hora de charla con ‘la Matute’, la ovación vuelve a ser atronadora. Afuera el sol brilla y sus tentáculos traspasan la carpa. Es la semana más larga del verano gijonés. No lo olviden. Llega el momento de las firmas. Una eterna hora de firmas, derivada de la considerable fila de lectores que se arremolinaban para llevarse un libro y una firma. Sólo por actos como éste, merece la pena la Semana Negra. En medio, un grupo de indignados se hacen oír. Es lo que toca cuando te recortan de forma cruel, absurda, y roñosa. Pero es Mariano Rajoy y sus muchachos el qué recortó. ¿De qué se extrañan? ¿Qué esperaban? Acaba el acto, pero la vida en el recinto continua. Bullicio, libros, bocadillos, algarabía, fiesta… La guardia de corps retira a nuestra entrañable protagonista de la vista del respetable. Unos minutos de relax y tranquilidad siempre es sano para la salud física y mental. Me cuentan que tras un rato de descanso, en silencio, con discreción, sin aspavientos, Ana María Matute abandona el recinto semanero. En su rostro no se percibe un ápice de cansancio. Una sonrisa transparente es la rúbrica que nos deja. Y sus libros. Y su ingenio. Y su agudeza. Y su naturalidad. Naturalmente. De frente me topo con mis amigos Edu y Merche. Cristalinos, como siempre. Siguen su camino y nosotros el nuestro. Dentro de unos días tendremos ocasión de compartir nupcias, mesa y mantel. Un lujo exclusivo al alcance de pocos. La tarde cae. Hay que reponer fuerzas. De camino, Nalore, una de las lobas, me pregunta: ‘Oye, no es ése Jerónimo Tristante? Me derrito por conocerlo’, confiesa la susodicha, en referencia a un tipo alto, desgarbado, de profusa melena que se dedica al segundo oficio más viejo del mundo: es escritor. Creo que el primer oficio ya no lo ejerce. La edad es la edad. Tristante es semanero, asiduo como escritor de novela negra y, sobre todo, como un divertido, sagaz y auténtico tipo. Nalore es timida y le produce vértigo encontrarse frente a frente con un tipo duro como Tristante. Por eso teme que alguien se lo presente, pero en la Semana Negra todo es posible. Pero ella, empecinada entre las empecinadas, se empeña en no conocer a este sabueso. ¿Por qué? ¿Teme algo? Sería interesante que nos sacara de dudas. En medio de tanto recorte y de tanto tijeretazo sin sentido, en el horizonte ya se vislumbra el final de la Semana Negra. Pero aún nos quedan varios platos fuertes: Biedma, Fallaras o Juan Madrid, entre otros. Ninguno de los tres tiene pelos en la lengua. La cosa promete. No se lo pierdan. Tampoco echen en un saco roto el encuentro entre Tristante y Nalore. Será un encuentro de reality show. La propia Nalore lo califica de Salvame Deluxe. Razones no le faltan. ¿Qué pensaría ‘la Matute’? Habrá que preguntárselo. Os lo contaré.