Hay que ser muy macho para golpear a una mujer

Publicado el 14 febrero 2013 por Perropuka

Hanali Huaycho, periodista asesinada

Qué país de machotes es este. Hemos perdido todas las guerras y todos nuestros vecinos nos han recortado territorios. No tenemos nada de qué enorgullecernos, salvo algunas muestras de heroísmo. No obstante, desde siempre hemos sacudido las derrotas en nuestras mujeres, comenzando por los hombretones de uniforme. Timoratos y blandos ante nuestros pares extranjeros (solo vean la actitud de nuestra selección de fútbol) y muy valientes para marcar a nuestras mujeres, dejando huella morada en su piel y otra peor en el alma.  No hablo de forcejeos, empujones o bofetadas ocasionales, que en todas las parejas las puede haber, sino de golpes repetidos y violentos, con toda la intención de hacer daño. 

Como todos los varones del mundo, durante el noviazgo somos un torrente de rosas y chocolates, manos de seda y  unos angelitos. Con el matrimonio, poco a poco o drásticamente, la cosa cambia, al menor incidente (especialmente por celos) sacamos el puño de hierro y somos demonios desatados. Digo somos, porque a pesar de no haber jamás maltratado a una mujer, me siento aludido. El dato contundente nos involucra a todos: ¡7 de cada 10 mujeres sufre violencia doméstica en Bolivia!,ya sea psicológica, física o sexual (según laONU).

Siempre me he preguntado qué lleva a un hombre recién casado o con pocos años de matrimonio a ensañarse con su pareja, cuando de soltero quizás no daba ninguna señal de su verdadero carácter. Los especialistas en temas de género y familia tienen múltiples teorías, que el desgranarlas sería muy engorroso, basta con mencionar una muy popular que en sí misma contiene muchas variables: todo es consecuencia de la sociedad en que vivimos. Sin afán de ser reduccionista, yo me inclino por aquella percepción de que en cuanto un hombre firma el contrato de matrimonio, incurre en la creencia –diría que hasta inconsciente- de que se ha “comprado” a su mujer, como si fuera un mueble más de la casa, de tal manera que puede hacer con ella lo que le venga en gana. Sí, sí, ya viene en los genes de todo varón latinoamericano, una especie de atavismo cultural, que la educación se encarga de hacer desaparecer, aunque a veces ni eso. 

Siglos de enseñanza marcadamente patriarcalista nos han condicionado de tal manera, que el hombre nace para ser un buen proveedor o no sirve, la mujer nace para atender a su marido e hijos o no sirve. Andando el tiempo, se ha avanzado bastante por la equidad de género. Pero en el fondo, sustancialmente poco ha cambiado, a pesar de que nos hemos llenado de leyes y convenciones sociales. En los hechos, en la cotidianidad, persisten los viejos hábitos de minusvalorar el papel femenino, empezando por discriminarlas de ciertos empleos o pagándoles menos por trabajos que exigen el mismo esfuerzo intelectual. Así estamos, acostumbrados a la idea de que, como llevamos el dinero a casa, podemos exigir que nuestra esposa sea lo más parecido a una empleada y esclava sexual, dando portazos si no estamos satisfechos y, no pocas veces, convirtiéndola en bolsa de boxeo si se torna respondona. Y es que desde las propias familias, viene a veces, el precedente ejemplarizador: no falta una madre que aconseja al hijo que se estrena de marido, de que debe “sentarle la mano o su mujer no lo respetará”. A veces, las víctimas tampoco ayudan, quizás por temor a represalias, cuando las escuchamos decir “no se metan, si me pega es porque me quiere”. O por otro lado, el recurrente calvario de muchas mujeres que se ven obligadas a soportar humillaciones porque no tienen ingresos propios o por el agobio que puede significar criar ellas solas a los hijos, mientras los desenfadados progenitores tienen la posibilidad de formar otra familia, olvidándose de sus obligaciones naturales.  

Violencia no sancionada trae funestas consecuencias

Es desolador, saber que, constantemente, cualquier día muere una mujer a consecuencia de agresiones de su pareja. Otro dato importante nos da una idea del terrible drama: desde 2009 a noviembre de 2012 se han producido más de 350 feminicidios, según estadísticas del Centro de Información y Desarrollo de la Mujer, CIDEM. Una variable indica que en los casos de violencia sexual, ni el 1% es sancionado debido a las múltiples falencias del sistema judicial, empezando por el escarnio público de la agredida, en mayor medida que del agresor.  

El reciente caso de una periodista asesinada, justamente estos días de carnaval (es incomprensible que haya tanta gente que defienda la tradición a pesar de sus saldos lamentables) parece que por fin ha sacudido la conciencia de todos. Tenía que ser el poder de la televisión y, una reportera de una cadena importante la infortunada, para hacerse eco suficiente de la problemática o, de lo contrario, el hecho se hubiera difuminado en los archivos de la Policía como un caso más. No he visto a la ministra de Justicia declarar alegremente que “si la víctima se siente agredida puede denunciar”. Pues ocurre, señora ministra, que la periodista ya denunció a su marido por violencia intrafamiliar hace más de dos años y se seguía quejando. Y la Policía, lejos de efectuar su trabajo, archivó la denuncia, porque resulta que el agresor es un oficial de su institución. Como desde los organismos del Estado, se descuida en la prevención, luego los vejámenes suben de gravedad hasta llegar a la muerte. Hoy, todos lamentan la pérdida de una vida, truncada por el salvajismo de un individuo que se ensañó a puñaladas con el cuerpo de su mujer, delante del hijo pequeño, e hiriendo además a la madre de la víctima. Como podía esperarse, el asesino se ha dado a la fuga. Y con toda seguridad, que su familia lo protege, lejos de colaborar con las investigaciones.

En el colmo del infortunio, la víctima murió camino de un hospital, a pesar de haberla llevado a otro más cercano, cuyos médicos se negaron a atenderla arguyendo que no tenían espacio suficiente para casos de terapia intensiva. Increíble, que toda una ciudad de un millón de habitantes como El Alto, no posea un nosocomio decente que pueda atender estos casos de emergencia, tanto que los heridos graves tengan que ser derivados hasta el centro de La Paz. Yo me pregunto, dónde están los rabiosos cívicos alteños, que por mucho menos, salen a paralizar las calles con intransigencia de guerrilleros, y no son capaces de exigir al hermano presidente que les atienda sus necesidades más básicas, remarcada además, por el hecho de que su urbe es la más pobre de las principales del país. Siento intensa bronca cuando veo a Evo Morales, inaugurando muy orondo canchas de césped artificial en cualquier aldea perdida del territorio, mientras los más vulnerables mueren por falta de auxilio. 

 
Con la indignación generalizada, de pronto los parlamentarios salen de su aburrimiento y todos se quitan el micrófono para decir que está en camino una ley draconiana contra los maltratadores y asesinos de mujeres. ¡Bingo!, problema resuelto, qué fácil es combatir el crimen con papel mojado. El meollo del asunto no es que no existan sanciones para los agresores, tal como declaró una prominente abogada cochabambina y responsable de la Oficina Jurídica de la Mujer. El problema fundamental es la IMPUNIDAD alarmante en la inmensa mayoría de los casos. 

Después de leer al vicepresidente de la república, afirmando que “el hombre que golpea a una mujer es un impotente, derrotado e incapaz", no puedo menos que echarme a reír, porque ya no cabe ni la indignación. Para empezar, por qué no comienza con sus propios correligionarios, a quienes, además de darles cursos intensivos de marxismo y estalinismo, debería llenarles el cerebro hueco con ideas de tolerancia, igualdad y respeto hacia las mujeres. Ya resulta hasta cansino enumerar a la cantidad de borrachos, asesinos, violadores, maltratadores de mujeres y degolladores de animales que el oficialismo alberga en su seno. Saco un ejemplo muy fresco: el asambleísta violador de Sucre sólo ha sido imputado por el delito menor de uso indebido de bienes y servicios, de tal manera que en un par de años a lo sumo, saldrá libre y con la frente en alto. Impunidad y más impunidad que se ampara en la aberración jurídica de que si no hay denuncia, entonces no corresponde el delito, a pesar de las pruebas contundentes que todos hemos visto.


En la cúspide del absurdo, a veces quien sufre el escarnio de la detención suele ser la víctima (aún con las marcas de los golpes en el cuerpo), como el reciente caso de una mujerarrestada por defenderse de los golpes de su exmarido, hijo de un exalcalde paceño y funcionario actual del Ministerio de Medio Ambiente. Ahora resulta que responder a las patadas y puñetes de un energúmeno, así sea con la excusa de la borrachera, puede significar para la ultrajada, horas de arresto en la comisaría, mientras el agresor sale libre inmediatamente y de paso revierte la denuncia. ¡Vivan los fiscales lúcidos, el peso de la chequera o el poder de las influencias! 

Para rematar la cosa, ayer, miércoles, un grupo de mujeres y periodistas de diversos medios,  salieron a protestar para repudiar el asesinato de su colega y de otras mujeres. Quisieron entrar a la plaza Murillo, hasta las puertas del palacio de Gobierno. Un contingente de policías muy reforzado se lo impidió, como es costumbre cuando los indignados quieren hacer sentir su voz de protesta. No sirvió de nada que dos ministras se hayan sumado a la columna, ni que la presidenta del Senado haya intentado mediar. Al final, no faltó un efectivo, muy macho, que por debajo de las piernas de sus compañeros roció el ambiente con gas lacrimógeno de spray. Se cumplió a rajatabla la instrucción de que no se debe molestar la tranquilidad del Hijo del Pueblo, por no decir que se quiere atentar contra su seguridad. Hasta una protesta de mujeres con mucha educación, asusta al amado líder de la revolución. ¿Acaso los tiranos, no le temen ni a su sombra?

Duele, duele, duele vivir en este país insólito. No por mí,  sino por el goteo constante de huérfanos de corta edad que van quedando traumados para toda la vida. 
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PS. Disculpas a los lectores por los saltos excesivos de párrafo, problemas de edición.