Si me sigues por Facebook o Twitter ya sabrás que me gustan las citas. Me refiero a frases célebres, no aquellas en que alguien insoportable te hace pensar formas posibles de acabar con tu vida (o con la suya) en una cafetería o un parque. De todas maneras, las mejores frases para explicar la vida siempre, siempre se dan en la infancia. Como por ejemplo, el título de hoy.
“Pongamos que Carlos ha dicho “me han suspendido” al llegar a casa. Mamá y papá le dan la razón. Es muy inteligente, le deben tener manía. Carlos además juega en el equipo de fútbol del colegio. No juega nada porque es malo, malo de caerse con el balón. Pero papá y mamá le dicen que no juega porque el entrenador no sabe ver su enorme talento. Con los años Carlos seguramente estudie una carrera, la suya será, sin duda, la más difícil. Es un genio. Seguirá sufriendo el furibundo odio del profesorado. Se la sacará una década después. Tendrá problemas con la opresión laboral de sus superiores. Y eso que es el mejor trabajador de la empresa. Enfermará, si muere, Carlos sabrá que todo lo que ha pasado es culpa de un sistema sanitario que no le ha dado la atención que requería. Si Carlos se salva, habrá sido gracias, exclusivamente, a su capacidad de luchar contra la enfermedad”.
El examen de una eminencia. Un 10. Maravilloso.
Carlos es, en una palabra, un gilipollas.
Podríamos discutir durante meses si una persona es libre y dueña de su propia vida o si estamos determinados por cuestiones meramente azarosas o por genética. Y en esa discusión cualquier persona tendrá argumentos a favor y en contra. Ese debate me parece bien, entretenido, enriquecedor e infinito.
Pero lo de Carlos es ridículo. Es considerar que lo bueno depende de mi y que lo malo es por la suerte. Que no cometo errores, que soy una máquina perfectamente engrasada pero que, a veces, el destino o las personas me putean. Que soy tan bueno que me quieren joder.
Supongo que aún soy joven y aunque tengo un cierto toque pesimista para muchas cosas mantengo una benevolente ingenuidad en otras. No he conocido profesores que tengan manía a la gente. He conocido profesores que ayudaban a gente a subir del 4 al 5, igual que no ayudaban a otra gente. Pero ningún 10 se convirtió en 4. No he conocido ningún entrenador que le gustase perder. Supongo que todos los que entrenamos sabemos que cometemos muchos errores pero “l@s buen@s, a jugar” creo que es una norma universal. No creo que nadie que tenga una empresa quiera quebrar y joder a la gente que trabaja. Todavía no he visto hospitales que no quieran curar a alguien. Otra cosa es que no puedan o que fallen.
Obviamente hay gentuza. Pero pensar que toda la gentuza del mundo te está atacando a ti es un acto de vanidad bastante insolente.
Puedes ser tan gilipollas como Carlos y puede irte bien. Hay otras cosas que harán de tu vida una desgracia pero esto no. Al fin y al cabo si Carlos ha crecido diciendo esas cosas es porque papá y mamá siempre le dieron la razón. Y si le dieron la razón es porque podrán ayudarle a que viva bien toda la vida aunque sea un gilipollas. Porque papá y mamá tampoco querían joder a Carlos.
De todas maneras, a Carlos le diría: “Estudia más”.
“La peor verdad sólo cuesta un gran disgusto. La mejor mentira cuesta muchos disgustos pequeños y al final, un disgusto grande.”
Jacinto Benavente
Te recuerdo artículos parecidos sobre este tema: la complacencia y los cambios en la vida.
Aunque realmente lo que tienes que hacer es leer a Lydia que estrenó ayer los nuevos domingos. Y ha puesto el listón muy alto.
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