Es el miedo a vivir y a soñar,
a despertar un día y comprobarque nada te rodea
y solo permanecen las tinieblas
en este mundo indeciso de personas
y de cosas,
que no sabes definir
y parece te persiguen.
Recuerdo esa otra edad,
la de la infancia,y veo que, en la misma,
el miedo estaba allí,
en los rincones juveniles
de esos años,
en el respeto y seriedad
de los mayores,
en la influencia de los hombres,
y las gentes,
en una sociedad muy inmadura
que trataba de salir de sus complejos,
en la abundancia de unos pocos
frente a la pobreza y las carreras
por crecer, de una inmensa mayoría
en que yo estaba.
Quizás, por eso, aquellos miedos
fueron distintos,y era el miedo de los cuerpos
y el destino,
de sufrir enfermedades,
suspender en los estudios,
no tener ese trabajo
que ofreciera algún dinero,
y por fin no conseguir que te mirara
y respondiera,
la persona que llamaba tu atención.
Y es que el amor, en aquel tiempo,
conseguía aglutinar todo el esfuerzo
de luchar y superarte contra el miedo,
de soñar con imposibles,
de mirar y susurrar a las estrellas,
de escribir algún poema en el cuaderno,
de formar una familia en tus deseos,
de vivir, intensamente, cada día,
de enfrentarte al propio miedo,
combatiendo en su terreno...
Y es que ahora, con la edad,
el otoño de los sueños se agudizay se ven tantos proyectos marchitados,
tantas rosas y violetas por el suelo,
tantos labios olvidados con sus besos,
y hasta ahogan los latidos su frecuencia
y se pierde, en bajamar, aquel rumor,
con el suspiro que dejaban las resacas
y las olas.
No es momento de hacer cuentas,
ni tampoco de vencer o ser vencido,es, si acaso, el propio instante de la vida
en que el miedo se agudiza, y es normal,
ya que todo nos asusta y nos aterra,
empezando por la simple soledad
y hasta el silencio,
y hasta sobran y empalagan muchas voces
que se acercan,
todo ello por el miedo y por los miedos,
y sin darnos cuenta que las dudas
y el suspense desembocan en el miedo,
y que éste es muy normal en cada vida
y debemos aceptarle,
no tratando de vencerle
y sí tomarle con respeto,
como eterno compañero de este viaje
en que ahora estamos,
con su dosis de prudencia
y sin angustias.
Rafael Sánchez Ortega ©
08/07/16