He rozado los pliegues de tu cuerpo,
con mis dedos buscando el infinito,
y encontré que tu piel se estremecía
y unos labios dejaban mil suspiros.
Una leve ternura me embargaba
y noté un pequeño escalofrío,
que dejaban tus manos en mi pecho
a la vez que aumentaban tus latidos.
Era un cuadro arrancado de una escena,
un piano vibrando como un lirio,
un cometa volando por los aires
en la mano inocente de aquel niño.
Pero pude aguantar las emociones
pilotando el timón de mi navío,
y seguí con mis dedos en tu cuerpo
desde el cuello bajando hasta el Olimpo.
He rozado los pliegues de tu cuerpo
y así puedo saber lo que he sufrido,
y sentir lo que siento tras tu ausencia,
y velar el silencio de los cirios.
Porque debes saber que yo te quiero
y que tiemblo, también, cuando lo digo,
aunque sea en lo alto de los montes
o en el parque carente de testigos.
Yo sé bien que adivinas mi presencia
y que lees estos versos mal escritos,
y también que sonríes con mi risa
a pesar de dos mundos tan distintos.
Pero nunca te olvides de mis dedos
que buscaron tu cuerpo con cariño,
ni tampoco te olvides de mis labios
y los besos de noche compartidos.
"...He rozado los pliegues de tu cuerpo
y quisiera, sin duda, repetirlo,
y dormirme en tus brazos simplemente
apagando la hoguera de mis gritos..."
Rafael Sánchez Ortega ©
12/03/14