Revista Literatura

Heredar la tierra

Publicado el 19 febrero 2013 por B
Cuando me preguntan sobre las cosas que echo de menos me pongo grandilocuente y digo que mi futuro. El problema del individualismo es como el sueño de la razón, que produce monstruos pero en este caso además egocéntricos. Educar a los niños obligándolos a creerse especiales perjudica casi igual que dándoles con una vara en la palma de las manos; es lo mismo que lo de las dos Españas, que uno nunca está seguro de saber cuál es peor que la otra.
El futuro que se había ideado para mí era una consecuencia lógica de mis estudios y, salvo pequeños momentos en los que negociaba con información confidencial o recogía muy guapa el Goya al mejor guión original, es ahora cuando (he calculado la media de edad en la que todos los hijos de papá acceden a un puesto importante) yo tendría que estar empezando a mandar y a opinar,  lo mínimo que una educación moderna, bilingüe y superior prometía. 
Si no estamos reventando cristales es porque en el fondo la herencia cristiana se impone a lo demás, y de la resignación acaba haciendo uno himno, patria y bandera. Es exactamente lo mismo que lo de  "la puntita y nada más", todo el mundo sabe que tras esa frase siempre hay algo detrás. La indignación fundamentada viene de la mano de la violencia, y es legítima pero no tiene nada que ver con el orden ni con levantar la mano para hablar en clase. Entre toda la educación recibida se olvidaron de explicar que eso de la paz lo ha patrocinado exclusivamente Woodstock y algún iluminado podrá hablar de la revolución de Portugal, pero lo especial de esa historia es que fue romántica y no democrática. El gran inconveniente de la violencia es muy parecido al de la educación superior; pasada la euforia general no nos hace mejores y lo explicaré volviéndome a citar: si algo le reprocho a mi formación, a mi igualdad y a mi fraternidad es que se haya creído la  heredera natural e indiscutible de la monarquía. Es exactamente lo mismo que Francia y su costumbre de mirar por encima del hombro al resto de Europa, la recompensa que se adjudicaron hace doscientos años por cambiar la historia hacia un destino que nadie ha descubierto todavía.

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