Este pequeño guerrero venía de librar una y mil batallas de su recién estrenada vida a última hora de la tarde.
Llevaba impresas las heridas de guerra en sus pequeñas rodillas.Quizá eran las primeras.Lucían como condecoraciones por haber luchado.Un pequeño campeón, que no me cabe duda, habrá soltado unas lágrimas cuando se haya ido de bruces al suelo.Cuando yo me lo encontré sonreía feliz y ni se acordaba del percance.Sentado en su sillita y bebiendo agua de su botella, regresaba a casa custodiado por su papá y su abuela.Tenía la mirada tan clara, que la tarde se inundó de una luz especial.Era la luz de la inocencia que con toda su belleza me había salido al encuentro. Fue un instante sublime que me produjo una sensación maravillosa.Le vi alejarse, feliz, con su piel magullada y dispuesto a vivir mañana un nuevo día igual de intenso que de hoy.Es la vida misma...Comienza a vivir y le faltan ojos para mirar.Necesita experimentar por él mismo los colores, los olores, los sabores...No importan los tropezones, las caídas, el llanto...Mañana correrá de nuevo detrás de una paloma con pasos vacilantes, saltará de felicidad ante la llegada de su madre, se soltará de la mano de su abuela, o de su padre, y querrá caminar solo hasta que tropiece de nuevo.Los brazos de su mamá, su papá, su abuela, le acunarán mientras le cantan una nana.Es el aprendizaje necesario antes de enfrentarse a la vida.Con el paso de los años, conservará alguna cicatriz que le devolverá a la infancia, y quizá le parezcan minúsculas si las compara con las de su vida de adulto.Bendita infancia.