Revista Talentos

Hielo y fuego

Publicado el 05 septiembre 2015 por Lalomonsalve
HIELO Y FUEGO (por Larry Romántico)
No soy demasiado aficionado a comer en restaurantes, aunque reconozco que en algunos de ellos sí merece la pena darse un homenaje. Hace unos días, en un acreditado local de Madrid tuve una sensación extraña mientras degustaba un delicioso postre compuesto por una exquisita crema de chocolate negro muy caliente sobre una base de helado de vainilla con frambuesas, arándanos y moras.
En esos momentos de deleite me vinieron a la mente unos comentarios que El Chico del Niki Rojo me hizo, semanas antes de abandonar este Blog, sobre una muchacha que conoció en su juventud y le dejó una huella indeleble. Fue una relación extraña, platónica en exceso, creo yo, pero que, por sus características singulares, que callaré, le marcó para siempre.
Pasó mucho tiempo hasta que volvieron a contactar. Cada uno vivió su vida y siguió su camino, mirando de cuando en cuando hacia atrás o siempre adelante, según el caso. Ella le confesó que la propia vida le había endurecido y que podía llegar a ser fuego o hielo, si llegase el caso.
El Chico me preguntó mi opinión acerca de si una persona normal podría comportarse de esa manera con un ser muy querido, sin titubeos ni disimulos, habiendo compartido toda una vida juntos. Es decir, pasar de la complicidad y la pasión forjadas durante largos años a la indiferencia total. Tenía que haber una poderosa razón, una fuerte motivación para ello. Eso fue lo que yo le contesté, mientras él miraba con atención las maniobras de atraque de un barco en el puerto de Palma de Mallorca.
En aquel restaurante madrileño, y gracias a ese postre, comprendí que el fuego y el hielo pueden coexistir perfectamente en una armoniosa mezcla. Soy incapaz de atribuir la victoria al helado que se derrite bajo el chocolate caliente que, al mismo tiempo, pierde su ardor por culpa de las frigorías. Si un postre puede ser hielo y fuego a la vez, es posible que un ser humano también lo sea. Sospecho que el fuego pasional y la indiferencia heladora, juntos, pueden llegar a ser demoledores.
No hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Y es cierto. El hombre y la mujer somos sociables por naturaleza. Si nos ignoran, lo pasamos mal, aunque disimulemos. También sufrimos con la pasión porque es difícil llegar a un equilibrio y siempre hay uno que ama y se entrega más que el otro. Y surgen los problemas. Una especie de competencia entre dos que se quieren o desean. Si fuiste fuego, ha de ser muy complicado convertirse de repente en hielo porque, como decía aquella canción latina: "donde hubo fuego, cenizas quedan".

No obstante, si aquella mujer pudo llevar a cabo esa suerte de alquimia con tal aparente facilidad, le felicito, pero he de confesar que no me lo creo. Estoy convencido de que nadie, absolutamente nadie a quien se haya amado puede resultarnos indiferente por más daño que pueda habernos hecho. Una persona no es un postre, aunque reconozco que hay maestros reposteros que rozan lo imposible haciendo que el fuego y el hielo sean capaces de convivir sobre un plato de una manera tan armónica y genial.



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