Los hilos que tejemos con nuestros semejantes son de distinto grosor y tipo. Con nuestra familia primaria, padres y hermanos, son gruesos como maromas, a veces algo pesados pero nos dan sustento. El de la madre irradia a todos nuestros órganos con un vínculo biológico muy potente. El de nuestro padre está más cercano al cerebro y esta lleno de escamas que saltan cuando nos rebelamos un poco, pero se nos adhieren a la piel. Los hilos a nuestros hermanos son de diferentes colores pero todos del mismo grosor y calidad. Luego, con la vida vamos tejiendo hilos diferentes, primeros unos de seda muy finos con nuestros primeros amigos, luego van siendo nuevos hilos algo más flexibles porque los amigos a veces vienen y van. Con algunos de estos nos empeñamos en tejer desde los dos extremos y conseguimos un grosor considerable tiñéndolos de distintos colores y añadiéndoles abalorios que penden de ellos. Al elegir pareja el hilo adquiere algo de rigidez porque solemos colgar muchos trastos, a veces nos sacudimos para que caigan unos pocos y poder disfrutar más de esa unión. Algunos elegimos tejer un hilo especial, de los de las entrañas, con un ser que nace de nosotros, y nos metemos en una de las relaciones más complicadas y enriquecedoras que hay en la vida. Cuando se alarga, porque hay que dejarles juego, se lleva un poco de nosotros. Y tenemos que saber vivir que esa holgura sin que se nos vaya la vida detrás. Vivimos inmersos en una maraña de hilos, ¡ qué suerte ¡.