Mi mano, también regada en el reto de la chupitería, recogía torpemente su larga y ondulada melena. Intentaba acomodarla mientras su espalda me mostraba una energía desatada en cada furtivo espasmo.
Se despidió desde el taxi con disculpas y un beso lanzado. Le hice señas para que me escribiera un mensaje cuando llegara a casa, con la esperanza de mantener el contacto.
Una manzanilla, ya fría al amanecer, tampoco consiguió que el corazón de ella olvidara.