Fue un fenómeno de cosy crime en Japón y en esta segunda entrega nos encontramos con una joven que realiza investigaciones gastronómicas para encontrar los platos que añoran una serie de personajes.
La combinación de gastronomía y literatura no tiene por qué ser negativa, pero sí lo es que se repita la misma fórmula una y otra vez a lo largo del libro. Uno aprende a preparar algunos platos e incluso comprende que el ritmo literario es distinto, pero no parece demasiado lógico que un capítulo de Doraemon, una serie genial, tenga muchísima más acción que uno de esta obra. Cuando llevas tres capítulos es ya leer por leer y el texto no engancha. Y no es que se desconozca la cultura nipona, es que tanta sencillez llega a ser desesperante. Una lástima.