Llamarse Margarita no siempre ha sido fácil. No voy a quejarme en absoluto, pues sé que hay muchas otras personas con mayores dificultades a la hora de defender el propio nombre… Pero lo que es, es. O ha sido, mejor dicho.
Mi nombre es herencia materna, como ya he referido en alguna ocasión, pues así se llamaba la abuela de mi madre (con el “Marta” añadido); y ella que la añoraba y quería muchísimo, me lo cedió a mí en su honor. Mi bisabuela murió poco antes de nacer yo y eso también influyó, lógicamente.
Siempre me han llamado Marga, desde muy niña y hasta la fecha. Y siempre que han querido ridiculizarme o burlarse, han utilizado el nombre completo, como si eso pudiera irritarme mínimamente. A mis ojos, quienes quedan en absurda evidencia son los (las) que lo intentan, que no consiguen, por supuesto… Es curioso que quienes me han llamado Margarita con “retintín”, poseyeran nombres bastante más feos y menos femeninos que el mío. No diré ejemplos, que mis lectores son bastante buenos entendedores. A mí jamás se me ocurriría utilizar un nombre propio con semejantes fines, que conste.
Y como desagravio a una vida de palabras necias -afortunadamente ya calladas- y mal intencionadas, aquí dejo unas anotaciones sobre el nombre que con tanto orgullo llevo porque así lo quiso mi madre. A mí me hubiera gustado más Alicia o Laura, pero ya lo pasean felices mis hijas…
margarita
Nombre de una planta herbácea, de la familia de las compuestas, y también de su flor, que tiene pétalos blancos y es amarilla en el centro. La palabra llegó al español a través del latín margarita, ésta procedente del griego margarites, que significaba “perla”.
Entre los romanos, la mujer que negociaba perlas era llamada margaritaria, mientras que los joyeros eran margaritarius. Asimismo, Plinio denominó margaritifer a las colonias de ostras donde se encontraban perlas.
En los poemas de Berceo, la flor amarilla y blanca era llamada ‘perla’, mientras que el nombre ‘margarita’ se usó en cierta época para designar la formación nacarada de las ostras.
No es de extrañar, pues, que la isla de Margarita, situada frente a la costa de Venezuela, fuera bautizada con ese nombre por ser un venero de perlas que, durante mucho tiempo, pareció inagotable, como contó el poeta y escritor venezolano Aníbal Nazca (1928-2001): Desde los días de la Conquista y hasta no hace mucho, la Isla de Margarita fue uno de los lugares que producía más y mejores perlas en el mundo. Por eso los españoles la bautizaron con ese nombre: Margarita, que significa precisamente “perla”.
En latín medieval, la flor se llamó también solis oculus “el ojo del sol”, expresión que fue traducida como daeges eage “ojo del día” en una antigua lengua anglosajona. En inglés, daeges eage sobrevivió como day’s eye, que dio lugar al nombre actual de la margarita en esa lengua: daisy.
P.S.: Gracias a mi amiga Pilar Alcalá, que me ha facilitado la información.