Revista Literatura

Historias de amistad

Publicado el 06 mayo 2014 por Javier Juste
-¡Corre! Ahora no miran- Me dice Martín  al oído entre todo el ruido de la galería. Yo estoy bastante asustado, siempre es emocionante saltarse las normas pero si nos pillan nos castigarán, y a mí no me han castigado nunca. Bueno, excepto esa profe de Gimnasia que sustituyó a Alejandro, pero, es que era muy rara.-¿Y qué pasa con Jose?-pregunto.-Jose come en casa, no está aquí. ¿Vamos ya o qué?Cojo aire y digo: ‘Vamos.’Nos abrimos paso entre los demás niños y llegamos a la salida de la galería. Ana, la cuidadora, acaba de entrar en el baño con una niña que se había caído y tiene las rodillas raspadas. Pasamos tan rápido que no nos ve nadie. Una vez en la salida miramos a ambos lados asomando la cabeza para ver si pasa alguna monja. ¡Despejado!Entrar en el edificio durante el recreo estaba prohibido. Pero aquel día descubrimos que era fantástico. Martín y yo recorrimos pasillos vacíos y helados con el 'babi' de los mejores agentes secretos de la historia, viviendo una aventura a cada paso que dábamos. Cada vez que oíamos a alguien nos escondíamos en algún aula hasta que se alejaban lo bastante para que no pudiésemos oír sus pasos, conteniendo la risa y el aliento. Nos agachábamos al pasar por delante de las puertas de los despachos y sorteábamos a las monjas más mayores con alguna mentirijilla.A veces lo hacíamos sin motivo, otras veces, para cumplir alguna misión como ir a baños más limpios o recuperar algún objeto olvidado. Recuerdo esos días con especial cariño. La vida era emocionante, sonase el timbre o no.

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