BEP. BEEP. BEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEP.
Puto despertador. Pero hoy me has salvado. ¡Uf! Las cinco y veinte de… ¿la madrugada? Voy a la ducha. No han puesto ni las calles, decían por ahí. Pero es que a estas horas no me han fabricado ni a mí. Ni pienso, luego ni existo. “Hola cariño…” Qué mierda es esta que ni siquiera le puedo dar un beso a mi mujer sin que me suelte un guantazo. Al menos ella puede dormir. Maldito el día en que opté por esto. “¡Oh, la profesión de la inspiración, lo más bello que existe! ¡No te quejes, suertudo! ¡Qué eres, un alternativo?” Jodidas macetas de oficina. Al menos no tengo que pelear por obtener la medalla al mayor lameculos de la empresa peleando contra el cactus de la mesa de al lado. Ni tengo oficina, ni despacho, ni sinónimo. Ni cactus, ni cardo, ni mosca cojonera que me mire desafiante desde la mesa contigua, ni jefe de cactus. Por no tener, no tengo ni nombre. “¡Eh, número 3!” Este se cree que ha salido de una jodida película de aviación y yo me creo el jodido Al Capone. Mi jefe no es un simple gilipollas. Llegó a la “s” y dio media vuelta para volver a empezar. Él mismo reconoce que es un “gilipollas, gilipollas, gilipollas”. Que a tu jefe le ponga que le insultes es el punto que promulga el suicidio del trabajador, ya no puedes insultarle. No puedes matarle, secuestrarle, darle una paliza, rayar su A5, o mismamente los testículos. Los tiene de acero. Y no puedes. Manda huevos con los huevones. De tanto pensar en ellos el champú se me ha pegado a las ideas, o más bien al pelo. ¡Oh, vaya, eso significa que ya vuelvo a existir! Qué asco. Repulsivo. Es una sensación que me recuerda a la mierda de mi vida. Se acabó la ducha. Vamos a desayunar. Digo vamos, tú, yo, y mi factura del agua. A este paso la tendré que utilizar para taparme por la noche en mi mansión de deudas. Es victoriana, del XIX, porque mi nómina y mi vida pertenecen al Santander. Elisa sigue dormida. Y pensar que no le he contado nada de esto… Es mejor así. Ella es un seto de oficina al que su capullo de al lado se intentó ligar. A ese sí que me habría gustado romperle la cara. Suerte que un par de semanas más tarde de la quinta encerrona, conseguimos la orden de alejamiento y lo enviaron a… Ah, sí. A Matapolculo del Duero.
Ni una mísera galleta. Solo quedan los cereales de David. Comerle los cereales a tu hijo de 6 años resulta el colmo de la amargura. Soy un puñetero amargado que viste unos vaqueros Levi’s del 89 y unas Adidas del año en que a Naranjito le hicieron la ecografía. Puaj. Si es que no puedo dar más asco, ¡joder!
BI – BIP.
Ese tendría que ser el sonido con el que me coche me recibiera. Sonido que es como un “¡Saludos, Mr. John, ¿Qué destino elegirá para hoy?” y no como el “Hola Juan. Termina pronto que me estoy quedando en las últimas de gasolina”. Un Renault viejo. No me ofrece ni dirección asistida. Lloro. Lloro mucho. “Vida bohemia”. Hay que joderse. En fin. Pongámonos en marcha. Próximo destino: El Infierno Bohemio.
Vaya. Ni un saludo. Ni siquiera un “¡ponte a trabajar!”. Tiene mala cara. Ahí viene. Ya empieza. ¿Qué diferencia hay entre esto y lamer traseros? Que sin duda esto es más deplorable. Debería estar penado por la ley. Estoy seguro. Jodido cabronazo. Aaaaa-boooooo-gaaaaaaaa-dooooooo. Tócate un pie. No hace sus revisiones y ahora me toca a mí hacer el trabajo sucio. Limpiar traseros es más digno que esto. A mí me quedan las manos llenas de mierda todos los días. Vamos allá. Otra vez al parque. A aceptar información de mierda de un gilipollas de 14 años solo porque tengo un playmobil por jefe, pero más feo. ¡¡Un crío de 14 años!! Que vive mejor que yo, hijo del alcalde, con una paga media de 100 euros a la semana… Y tengo que ir a “ofrecerle” 200 euros por asegurarme de que me “conceda” “algo” “confidencial” que destape los chanchullos de su padre. Menuda pieza. Son iguales. Y yo, de conejillo de indias a pasar el trapo por un imberbe trasero de 14 años (¡¡De 14!!). ¿Para qué?
Me preguntan que por qué… Pues veréis… Para que me paguen 700 euros al mes por unas “noticias” que tengo que “conseguir” en diez minutos (después de que el playmobil destroce mi trabajo Decente que me ha llevado toda la noche), teniendo un contrato que lo conocen los gamusinos y que está hecho del mismo material que las nuevas bolsas biodegradables, sin poder preguntar o inquirir a mi entrevistado (¡¡de 14 años!!), resumiendo lo más escuetamente posible para que pueda comprenderlo un crío de 6 años como mi hijo, sin contrastar, y pasando por una censura feroz de mi playmobil.
Esa es la vida. Así es el mundo. Así es este país. La censura en la democracia. Penoso. Y todo ello después de haberme licenciado en una de las universidades privadas más prestigiosas del país. Después de que mis padres hipotecaran su vida por un sueño infructuoso, irrisorio y banal. Después de no poder ni comprar un piso, ni un coche con aire acondicionado en el que David, Elisa y yo podamos ir de vacaciones a la esquina. Después de no ser capaz de hacer frente a las facturas, de no poder tomar un mísero café, de no poder comprarle unas galletas de chocolate a mi hijo para merendar… Después de haberme privado del desayuno durante tres semanas para poder regalarle una rosa a mi mujer por su cumpleaños. Ahora dicen que aumenta el precio de la vida. Yo tendré que morir…
Vivimos en un país bananero. Y nunca me han gustado los plátanos.
Fdo. Un periodista sin pasado ni presente. Y del futuro mejor ni hablamos.