Revista Literatura
Historias de un viaje a Marruecos
Publicado el 11 octubre 2010 por OnomatopeyistasCapítulo 1
El aterrizaje
7 de abril de un miércoles ventoso en Tánger. "Les rogamos precaución al salir del avión por el fuerte viento, agárrense bien a las barandillas de la escalera". El aeropuerto de Tánger es un edificio moderno. El suelo es de mármol y la cadena de los servicios se activa de manera automática. Las personas que sellan los pasaportes son todas mujeres. Fuera, la bandera de Marruecos se agita al mismo ritmo de las palmeras. Lugar donde esperan los taxistas, ávidos por captar clientes occidentales de gruesas carteras.
Hassan es uno de ellos. Conduce un Mercedes de 1980 y maneja a la perfección el arte del regateo. En Marruecos, casi todos saben regatear y se llaman Mohamed o Hassan. Su oferta: 15 euros (150 dirham) por llevarnos desde el aeropuerto al centro de la ciudad a través de la larga avenida Moulay Ismail. 5'5 kilómetros. Hecho.
El taxi era viejo. De morro alargado, las ventanillas y la puerta no cerraban del todo y los asientos estaban rasgados. "¿Tú de dónde?". "Pamplona, San Fermines". "Sí, sí, yo conozco. ¿Osasuna? Yo conozco. ¡Camacho!". En Marruecos, el fútbol de la liga española se vive de manera casi más intensa que en la península. 4 días más tarde, el 10 de abril, se disputaría el partido del siglo. Real Madrid - Barcelona, la lucha por la liga. Hassan era merengue. Un merengue marroquí que conducía un taxi.
Llegamos a la estación de autobuses 15 minutos más tarde. Por el camino, a través de la kilométrica avenida Moulay Ismail, los niños se subían a la parte trasera de las furgonetas y hacían viajes de balde. Las carreteras no tienen pintura, en las rotondas la preferencia la tiene el más listo y las señales son un invento occidental que todavía no les ha conquistado. A ambos lado de la avenida, edificios a medio construir y estructuras desnudas parecen decir que en un tiempo alguien lo intentó pero salió corriendo al ver que no tenía más fuerzas.
El centro de Tánger es uno de los sitios más concurridos de la ciudad. Las arterias de asfalto que rodean a la estación tienen una circulación caótica y prensada. Sólo un loco recién salido del manicomio en un mal día de otoño sería capaz de atreverse a cruzarlas. Y sin embargo allí todo el mundo se atreve. Para entrar a la estación, no hay otra alternativa.
La estación de autobuses es un lugar oscuro. Fuera los taxis intentan atrapar clientes y dentro las compañías de autobuses buscan venderte el chollo del año. Los occidentales son carne de cañón. Y como tal, deben saber que los marroquís sólo intentan ganarse la vida. Aceptan euros, dólares y cualquier tipo de unidad monetaria. Aunque es más aconsejable moverse con dirhams, la moneda del país.
Conseguir cambio es otra de las aventuras de Tánger. En nuestra expedición, decidimos preguntar a un policía, que asintió con la cabeza e hizo un gesto con la mano en señal de que le siguiéramos. Salió de la oscura estación, saludó a un pobre hombre que había en la puerta, le cogió de la mano y puso un pie en la congestionada carretera. Un loco recién salido del manicomio. Estiró el brazo, hizo la señal de alto, los coches frenaron en seco y nosotros pudimos cruzar. El policía asintió con su gorra a los conductores que habían parado y nos llevó hasta una gasolinera que había al otro lado de la vía.
"Él os dará cambio". El agente señaló a un gasolinero que paró lo que estaba haciendo para atendernos. "Queremos cambiar dinero", dijimos. "¿Cuánto?", preguntó él. "150 euros". "De acuerdo". Abrió su riñonera, pellizcó unos cuantos billetes y nos los ofreció. Contamos cada uno de ellos e hicimos el cambio con la calculadora del móvil. Él nos miró. "Podéis contarlo, está todo". Tenía razón, hasta el último dirham (dh). El gasolinero rompió el hielo de nuestra desconfiada incomodidad. "¿Madrid o Barça?", preguntó en un correcto español. "Buen partido el domingo", dijo otro, que no sabía que el partido finalmente se jugaría el sábado.
Con el cambio en los bolsillos, fuimos a por otro taxi. Nuestro destino, Chefchaouen, una pequeña ciudad de montaña a 113 kilómetros de Tánger de casas azules recorrida por un río que lo reverdece todo. 600, 500, 400 dirham como mínimo fue la oferta de un taxista de barba espinosa y excepcional francés que defendía que allí "los taxis valen lo mismo que en Europa". Al cambiar su discurso al castellano, también lo hizo su oferta: 300 dh (30 euros), que nosotros aceptamos. El precio en autobús por el mismo trayecto es de 30 dh (3 euros).
Compartimos expedición con una pareja marroquí a la que el viaje le salió por 150 dh. Seis personas, incluyendo al chófer, en un mismo coche. Dos en el asiento de adelante, tres en el de atrás. El hombre, de conducción lenta y gestos pesados, también movía el volante de un Mercedes de 1980. En aquel día ventoso, llevaba puesto un jersey de lana y había decorado su coche con una pegatina de PIONNER, una foto de Penélope Cruz y tres fotos de playas de arenas espumosas. Allí no se llevan las vírgenes. En la radio, un hombre relataba historias en árabe de algo parecido a una oración mientras daba paso a varias canciones. 1 hora y 45 minutos después, llegamos al pueblo azul.
Imagen: Ana P. Bosque