Revista Literatura

Hojas de arena

Publicado el 06 agosto 2014 por Sara M. Bernard @saramber
Hojas de arena
El desagradable entretenimiento que tengo es darle la vuelta a las caracolas y esperar que salga el bicho, porque aquí todo está vivo, y después dejarla en su sitio, adherida a la piedra de donde lo saqué, la mayoría no consigue darse la vuelta ni saber dónde está, apenas un par de antenas que simulan ojos (primas de caracoles y babosas), devolverlas a la piedra, tampoco les importa rodar en las profundidades o que las lleve la corriente... no tienen prisa, tampoco tienen miedo...
He descubierto la isla de los cormoranes, tanta gaviota de cabeza negra y charrán, quedaba encontrarse con los cormoranes negros, ahora espero que el atlántico alcatraz consiga encontrarme. No hay pescado para él, aquí, sólo el convencimiento de que hoy -esta vez sí- he traído una libreta para apuntar cosas -y las hojas se llenan de arena- y no desnaturalizarlo en una nota electrónica con el móvil.
Imagino qué tan lejos estará ese mar de aguas distitnas donde el alcatraz atlántico y amarillo que espero se abastece.
Aquí todos los bichos están vivos, todas las cáscaras, los cangrejos son negros... y siento una repentina confusión cuando esa lapa gigantesca y de cascarón antiguo sale disparada al empujarla. ¿Un fallo? ¿Está enferma? Es imposible agarrar ninguna otra...
¿Cómo he dado contigo?
Nunca había visto el verdadero rostro de una lapa, sus ojos, su boca. ¿Estará enferma?
Parece un alien, con la cara en miniatura.
Parece un himen, con la abertura circular que será acaso la ventosa que fija (o fijaría) su movimiento. 
La coloco donde estaba. Al cabo de los minutos sigue suelta. Es imposible mover el resto de las lapas, en toda la playa, ni un milímetro de su roca. He encontrado la única que estaba suelta... qué hago con ella. 
Aquí todos los bichos están vivos.
Incluso yo. 
Un hombre apoyado en la roca y habla solo. Pero no ese hablar solo; está concentrado, cara de pensar, de vez en cuando se le escapa la mímica de palabras en la boca. ¿Leerá el móvil? ¿Lee un libro que no veo? ¿Está rezando al mar?
Cuando me levanto para marcharme, ya sólo observa el agua, con la misma tranquilidad que los cormoranes y sin palabras, ahora no hay un rostro de concentración. 
Está desnudo sobre las rocas.

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