Revista Diario

Hombre triste

Publicado el 12 diciembre 2021 por Isonauta
Hombre triste

He tenido la suerte de hablar en los últimos años a una clase de literatura sobre la poesía de César Vallejo. César Vallejo de los Heraldos, cerca del modernismo. César Vallejo de Trilce, vanguardista. Un poco del César Vallejo de los Poemas póstumos. Enseñar algo de Vallejo, uno de los lujos de la vida. No importa si en el frío del invierno de Santiago, algo de calor se encuentra siempre en Vallejo.

Eso sí, como quizá muchos de mi generación, con dudas implícitas sobre lo biográfico. Residuos de la muerte del autor. Expansión permanente del texto. Actitud dubitativa sobre el culto a la personalidad. Siempre el poema por sobre la vida.

Leo El hombre más triste, retrato del poeta César Vallejo, un libro de crónicas de Daniel Titinger (Santiago, UDP, 2021). Menos que una semblanza de Vallejo (aunque también es), un confluir de versiones sobre el poeta peruano, algunas encontradas. Cómo era, de qué murió, por qué estuvo preso. También una mirada algo piadosa sobre Georgette Vallejo, la mujer que se peleó con todos en la insana tarea de fijar una verdad sobre Vallejo.

Sin la pasión del otro Vallejo (Fernando Vallejo), la opción de Titinger recuerda la que siguió el colombiano para su biografía sobre Barba Jacob, El mensajero. A Vallejo, Fernando, lo movía la atracción afectiva y la batalla contra el olvido, persiguiendo a los testigos de la vida de Barba Jacob por geografías intrincadas (Centroamérica, México, el Caribe) y por archivos dispersos.

Titinger no persigue a una sombra, sino a un sujeto literario reescrito, analizado y referido múltiples veces, y con los más extraños énfasis. (De hecho, un valor del libro es la referencia a las versiones biográficas e interpretativas sobre Vallejo.) Su geografía, la del cronista, es también intrincada: París, Santiago de Chuco, Trujillo, Lima…, ofreciendo un trabajo admirable de movilidad y reconexión con raíces o arqueologías: el poder de la crónica.

Como Vallejo (Fernando), Titinger busca entre los testigos aún vivos, o entre los testigos que escucharon algo. Algunas cuentas del rosario resultan obvias, sobre todo la muerte en París, los motivos de la cárcel, la vida parisina, el compromiso marxista, la vida familiar originaria en Santiago de Chuco.

Menos que el impulso afectivo o la identificación modélica (pienso de nuevo en el otro Vallejo), en Titinger parece operar cierto sano distanciamiento con la materia, la biográfica y la poética. Para un vallejiano que lee sobre todo la poesía de Vallejo, ese distanciamiento quizá esté demasiado pronunciado. Titinger coloca, de hecho, al lector en una postura dubitativa. Era Vallejo, en realidad, ese gran hombre, o ese hombre triste, o ese gran poeta. ¿Y todo este coro de voces, textos, habladurías, chismes sobre Vallejo, en qué sentido darán con una verdad?

Si se le pide al libro de Titinger un resultado que incida de manera determinante sobre cómo leemos la poesía de Vallejo, quizá la petición se frustre. El libro no opera en el sentido de reactualizar una lectura de la obra de un autor, como si logra, por ejemplo, Cristina Rivera Garza al releer (en parte biográficamente) a Rulfo (Había mucha neblina o humo o no sé). En cambio, el libro de Titinger está organizado como unas crónicas entrelazadas (situadas en los lugares clave de la vida de Vallejo) que plantean los misterios fundamentales de su vida.

Las mejores de entre esas crónicas (por ejemplo, la de Santiago de Chuco, con el fervor de los fans de Vallejo, o la de la visita al Cementerio de Montparnasse, con la descripción de los peregrinos en la tumba de Vallejo, o la del encuentro con el pintor Szyszlo) actualizan a Vallejo de maneras inesperadas, entrelazan su vida y su legado con lo sorprendente, lo surreal e, incluso, lo siniestro. Queda, al terminar el libro, la impresión de una semblanza del poeta peruano, pero también de una especie de “taller irónico” (creo que así lo llama García Canclini) instalado en ese complejo tinglado de las relaciones del autor y sus públicos.


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