Revista Literatura

Homenaje a bukowsky

Publicado el 19 diciembre 2014 por Alsegar

  
NO ES LO MISMO.
"Sé lo bastante
bueno en cualquier cosa y te crearás tus propios enemigos"

Charles Bukowsky
(Hank).

De su libro “La máquina de follar” (1974)

Tengo la
sensación de que a mis poemas les falta algo.

Vigor,
aliento, vitalidad.

No lo sé
exactamente,

pero carecen
de alma,

o esa es la
sensación que tengo.

Me aburren
hasta a mi mismo.

Las palabras
no fluyen como antes:

confiadas,
decididas, determinantes.

Parecen flaquear,

como si
estuviese acabado,

como si mis versos
sonasen a retirada,

o a estrofas
despilfarradas.

Tal vez la
edad me haga estar pendiente de otras cosas;

de otros asuntos
que prioricen por delante de escribir bien.

Y me jode.
Mucho.
Porque
algunos lo celebrarán como una victoria;

porque hasta
en esto, uno tiene enemigos.

Apago el
ordenador.

Hecho una
meada

y enciendo
un pitillo.

Suena un WhatsApp:
Tommy me invita
a beber algo en su casa.

Necesito un
trago.

Voy caminando.

Tan solo nos
separan diez minutos a pie.

Los recorro sorteando
los charcos de la lluvia invernal de L.A.

Llego a su
vivienda.

Es realmente
un estudio,

ideal para
un excéntrico pintor,

pequeño, acogedor,
diáfano,

pero que
parece decorado por un demente.

Aquí es
donde Tommy vive, pinta, y se tira a sus ligues.

Me recibe
con unos pinceles en la mano,

con la ropa
y la cara salpicada de colorines;

sonriente,
como siempre;

estúpidamente
feliz, como siempre.

Ya sonreía
cuando la comadrona le azotó al nacer.

<< ¿Te
sucede algo?>> pregunta.

Supongo que
llevo el pesimismo reflejado en la cara.

<<Estoy
acabado. >> respondo escuetamente.

<<Pasa.
Sírvete algo mientras me doy una ducha. >>

Cojo una
cerveza.

La nevera
tiene forma de cabina telefónica inglesa.

Miro la pintura
sobre el caballete;

todavía está
fresca:

un ramo de mustias
flores

en la ofrecida
entrepierna de una joven,

rasurada para
apreciar bien cada pliegue de su vagina.

A su lado,
el lánguido ramillete de muestra.

La imagen de
la muerte del ecosistema.

Hubiese
preferido que estuviese la modelo.

Me siento en
el sofá.

Enfrente,
sobre una mesilla, unos libros.

Los cojo.
Los examino.
Uno de ellos
es de Bukowsky.

El poemario “Ruiseñor,
deséame suerte.”

Este no lo
tengo.

Bukowsky.
Sí.
Mi ídolo,
mi espejo
literario,

mi
paradigma.

Siempre he
querido compararme con él.

Siempre me
ha halagado

cuando me
han comparado con él;

aunque
siempre con el inconveniente

de no estar ni
remotamente a su altura,

de ser un
simple y mediocre imitador.

No acabo de entenderlo.
Ambos
odiamos casi todo;

ambos
bebemos;

ambos
respiramos el viciado aire de L.A;

ambos
practicamos en nuestras obras

el mismo estilo
de realismo sucio.

Leo la
introducción del libro.

¡Ahí está la
respuesta!

Estallando como
un relámpago en mi cabeza.

Por fin comprendo
lo que pasa.

De niño Bukowsky
fue maltratado por su padre;

vagabundeó
por todo el país;

malvivió a
base de empleos temporales;

vivió en
suburbios;

en pensiones
de mala muerte;

durmió en fríos
calabozos;

casi lo mata
una úlcera sangrante.

Fue un
escritor maldito.

Esa es la
diferencia.

El concepto
estriba en quedarse en promesa

por llevar
una vida insulsa, anodina, inocua,

sin conocer
lo que es bailar con la muerte.

Tommy reaparece
duchado y mudado.

Bebemos y
charlamos de libros y de arte.

Me enseña su
último cuadro terminado:

“Flor fresca
entre flores muertas.”

Así lo ha
titulado.

Siempre me
han disgustado

los nombres escogidos
para los cuadros.

Llega la
hora de volver a casa.

Le pido prestado
el libro

y que me
regale el ramo.

Ya no lo
necesitará si ha finalizado su lienzo.

Me lo da
extrañado,

sin hacer preguntas,

conoce mis
rarezas.

De regreso
me acercaré hasta el cementerio de L.A..

Dejaré el marchito
ramo sobre la tumba de Hank,

y me sentaré
junto a ella a leer unos poemas.



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