El viernes era el día mundial de Internet. El viernes murió un malnacido que gozaba de algunas simpatías un tanto curiosas (pero de Videla os hablará Martín Caparrós). Y para cerrar el día, el glorioso, el equipo que representa en cada milímetro del campo lo que me gustaría que fuese el Valencia le ganó la copa al equipo del señorío. El señorío de no recoger la medalla, por ejemplo.
Todo eso es bien. Pero también fue el Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia.
En 1990 tenía 4 años, supongo que no sabía distinguir entre tíos y tías y que, obviamente, era imposible tener conciencia de lo que pasó ese año. Unos años después me empezaron a gustar las tías, sin hacer nada especial. Supongo que igual que a otro chico, a esa edad, le empezaron a gustar los tíos. Sin ser víctima de abusos, sin que le hubiesen pegado y sin nada grave ni ningún defecto en su educación. Simplemente se le despertó esa atracción. Bastante tiempo después descubrí que hubo un tiempo que la relación entre dos personas del mismo sexo era considerada una enfermedad. Fue en 1990 cuando se decidió quitar la homosexualidad del manual de trastornos mentales. De hecho hoy se intenta hacer que sea la homofobia la enfermedad. Valorar como patología actos de amor es propio de sociedades podridas, de mentes subdesarrolladas.
Hate speech. “No estoy en contra de los gays, tengo una amiga lesbiana pero no deben tener los mismos derechos que las personas normales”. Eso es odio. El odio que sigue provocando un clima de represión que produce suicidios, que normaliza actos violentos y que convierte a las víctimas en culpables por quejarse. “Es que ya no se esconden”. “encima quieren adoptar”, “son unos viciosos”. En fin, cuando era adolescente (aunque todavía hoy pasa) crecí con algo similar respecto a los extranjeros. Aquello de: “primero, los españoles”. A veces, soy tan iluso que creo que el racismo ya lo hemos superado.
El odio no es, exclusivamente, una expresión explícita de violencia. Que no vayas pegando palizas no quiere decir que no seas homófobo. Lo eres desde el momento en que no consideras que las otras personas son igual que tú en derechos y, también, en deberes. Los deberes seguro que se los exiges. Reconocerles los derechos, te cuesta más.
Lo que yo aún no he conseguido entender es que a ti, estimad@ homófob@, ¿qué te importa? ¿Qué máquina del futuro tienes para saber que serán malos padres, malas madres? ¿Qué más te da si se casan? ¿Por qué una persona no puede cambiarse de sexo? Supongo, estimad@ homófob@, que también te jode que escriba con @s pero a mi me da igual. Supongo que a ti, lo que yo diga te da igual. Hay mucha gente que te podría citar pero te citaré dos personas a las que, seguro, tienes respeto.
“Ama y haz lo que quieras” San Agustín.
“Ama al projimo como a ti mismo” Jesús.
¿De verdad consideras enfermedad el amor? ¿El sexo entre personas adultas, responsables y libres, una patología mental?
Siempre que hablo de estas cosas sale alguien a decirme que soy gay. Bien, en esos momentos me acuerdo de dos cosas. De la ardilla que puede cruzar España saltando de gilipollas en gilipollas. Y de este poema que creo que es de Martin Niemölller:
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
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