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Ayer tuvo lugar en el Congreso de los Diputados la sesión enla que la reforma laboral debía ser convalidada, o no, para su posteriortramitación como proyecto de ley. El resultado no se prestaba a sorpresas, comoasí se encargó de confirmar el rodillo pepero y sus socios nacionalistascatalanes, junto con las filiales navarra (UPN) y asturiana (Foro). Lo quellama un poco más la atención, o quizás ya no tanto, es lo que sucedió en elhemiciclo antes de la votación. PP y PSOE enfrascados en una nueva bronca depatio de colegio, lanzamiento de acusaciones replicadas con el tan manido “y túmás”, aireación de trapos sucios por doquier, y hooliganismo en la grada.Voces, reproches, insultos y aplausos de los palmeros que un día van a sercapaces de hacer fuego con su palmoteo. Justamente todos los ingredientes queno debería haber en un parlamento democrático serio.
La pelea por demostrar quien ha hecho la peor reforma delmercado de trabajo fue implacable. Para que les quede claro, la de Zapatero fuemala, sí, malísima, deja claro que recortar derechos no es la solución para crear empleo, sino todolo contrario. Pero la de Rajoy es todavía peor, es el mayor ataque que se hayavisto en estos años de lo que llaman democracia sobre la clase trabajadora. Unaagresión que nos acerca al esclavismo, y que sólo podrá ser parada en la callepor todos y cada uno de los miembros de esa clase trabajadora.
Una vez acabado el dantesco espectáculo de los miembros debipartidismo, y después de que la Ministra Fátima Báñez celebrará suintervención como si hubiera marcado un gol con el resto de los miembros delequipo de gobierno, ocurrió otro lamentable episodio. Llegó el turno de laintervención de los grupos minoritarios, y la práctica mayoría de los diputadosde PP y PSOE abandonó sus escaños mostrando una falta de respeto y de educaciónimpropia del cargo que ostentan. Este es nuestro Congreso de los Diputados, lomás parecido a una taberna con la clientela debatiendo si es mejor el Barça oel Madrid. No merecemos esto. O quizá sí…