Os cuento esto porque me puse a pensar en el anuncio aquel del Vuelveeee a casa vuelveeee y me puse a llorar como en uno de esos mis días tontos. Tal vez porque me recuerde a mi padre, y a mis años mozos en los que me ponía al teléfono la cancioncilla de marras y sabía que lo dejaba todo atrás y me reuniría con los de siempre, con petardo en el trasero. Sí, con los que en el fondo te dan esos achuchones que te estrujan el alma, y esos besos que saben a infancia y te dejan la mejilla viscosa y resbalosa. y que pese a que ya no esté, y que desde entonces volver ya no sea igual, me gusta recorrer nuestros lugares de memoria.
Pero le he tomado miedo al viaje, (pues si hay huelgas, cenizas que vuelan de volcanes islandeses de cuyo nombre nadie se acuerda, sí, sí las de Eyjafjallajökull, o algún paquete bomba es para la menda).Cada vez me gusta menos el viaje. Lo siento como una desazón, una picadura de mosquito, y una carga. Tal vez se deba a que ya no viajo por placer como me gusta hacerlo sino por necesidad la mayoría de las veces y por cuestiones laborales. Antes, cuando también me ocurría viajar por necesidad, tampoco me gustaba el transporte pero no por los mismos motivos. La impetuosidad o el corre corre hacían, o bien que me durmiese durante el mismo, o bien que ensimismada o nerviosa, leyese mis últimas notitas, o preparase esas preguntas de antemano que nunca llegan a hacerse. Siempre se me hicieron eternas las horas perdidas en los aeropuertos, pero antes al menos se podía fumar, y en las terminales, tirados como viejos trapos nos invadían las charlas, las colillas y el imsomnio. Ahora hasta fumar se ha vuelto un estrés… y las salas de espera, un montón de gente gritando y corriendo por todas partes como histéricos.Ahora el ordenador pesa un quintal, y tienes que cargar con él, sin contar que lo analizan por todos los radares posibles e imaginables como si fueras un ex agente de la KGB. Y las terminales parecen la consulta de un generalista en horas punta.
Pero sé que me espera mi turrón, y por él seguiré esperando como un viejo trapo en cualquier aeropuerto, porque además si siempre que puedo regreso, es porque me muero de ganas, de abrazarte a ti, de volver a ver el mar e imaginar entre las nubes y las alas del avión vuestras caras.
Con los años aprendemos que no importan las fechas, que cualquier momento es bueno, pero que también hay ciertas fechas que marca el calendario en las que es mejor no estar ni sentirse solos.
Este año, pienso también en todos los que no podrán volver y abrazarse, en los que por razones impuestas por este gobierno que nos ha tocado, se encontrarán lejos de los suyos. Sé que no será una Navidad como las otras... hace tiempo que leo la tristeza y la desilusión en los rostros de la gente que quiero, no sé de qué manera ni cómo me las ingeniaré para hacerlos sonreir respetando su dignidad y la mía, e intentando que pasemos sólo retazos de instantes, para que podamos seguir conservándolos un año más en la memoria. Porque la vida, en suma, es sólo eso, retazos de instantes que cosidos o remendados, nos hacen seguir aún aquí y en pie.
P.S. El cócktel fue estupendo, acabamos de copas y dándole a las palmas en casa. El documental y la vida de Remedios Varo, era algo que no podía perderme (y echarme unas risas con mi gente tampoco). Cuando una mujer escribe la Historia, se implica en ella de manera intelectual y política, poblando su vida y a posteriori las nuestras de manera onírica y llena el universo de fantasía, es una estrella más para sembrar el universo de la cultura.