“Standing in the pouring rain
All alone in a world that’s changed” Los Lobos
Tercera venida de Kinji Fukasaku (las anteriores fueron Yakuza Graveyard y Hokuriku proxy war) armado con su frenética revisión/demolición de los conceptos y estilemas del yakuza eiga. Convertidos por un torrente de verismo febril en un género nuevo: el jitsuroku eiga, literalmente filmes basados en la crónica de sucesos que destruían pieza a pieza cualquier idea romántica que pudiera quedar sobre el crimen organizado japonés y más allá de eso una voluntad hiperrealista que suponía una mirada interior ajena a las necesidades de reconstrucción del orgullo y de ciertas nociones de la mitología nacional que fueron necesarias tras la 2ª Guerra Mundial. En los 70 ya latía la necesidad de mostrarse tal cual se era, sin estilizaciones ni perpetuaciones de ideas sobre criminales honorables y héroes populares con tatuajes y katanas que se debatían entre el giri (lo que hay que hacer) y el ninjo (lo que se desea hacer) de las exitosas producciones de estilo ninkyo eiga que protagonizaba el majestuosos Ken Takakura con su imponente estampa, toda sobriedad, toda sufrimiento.
Jingi no hakaba (Graveyad of honor)
Director: Kinji Fukasaku
Año: 1975
País: Japón
94 min.
Fotografía: Hanjiro Nakazawa
Música: Toshiaki Tsushima
Guión: Tatsuhiko Kamoi, Hirô Matsuda según los libros Kanto yakuza mono y Jingi no hakaba de Goro Fujita
Reparto: Tetsuya Watari, Tatsuo Umemiya, Yumi Takigawa, Eiji Go, Noboru Ando, Mikio Narita, Kunie Tanaka, Shingo Yamashiro, Reiko IkeGraveyad of honor (en su más conocido título internacional, Jingi no hakaba en el original y Le cimetiere de la morale en hermoso y muy poético francés) es uno de los trabajos más celebrados de Fukasaku dentro de este proceso desmitificador (curiosamente emprendido desde dentro de la Toei, la misma productora de los filmes clásicos demostrando la atención a las nuevas modas) pese a que la fórmula aplicada por el autor comience a dar signos de fatiga, no tanto por no seguir siendo válida como porque había sido puesta a trabajar a plena potencia desde 1973

Kinji Fukasaku pilotando el cambio
a 1975 con Battles without honor and humanity y sus 4 secuelas originales (lo que da un enorme film-río de absoluta coherencia interna que ha aparecido editado como The Yakuza Papers) y su tres siguientes exploits bajo el nombre de New battles without honor and humanity.
Aunque tampoco sería descabellado hablar igualmente de plenitud -hay que tener en cuenta que, además de The Yakuza Papersel autor ya había comenzado a ensayar el cambió infiltrando thriller puro en las constantes clásicas y trasladando el géro a la época contemporanea en trabajos anteriores como Sympathy For the Underdog (Bakuto Gaijin Butai) o Street Mobster (Gendai Yakuza: Hito-kiri Yota) en el 71 y el 72 respectivamente-, por mucho que la mayoría de recursos estéticos y la manera en la que se hace responder a la cámara a la convulsión interna de los protagonistas ya estén periclitados: sigue el brío documental (que incluye hasta entrevistas con los familiares del protagonista una variante escasamente disimulada sobre Rikio Ishikawa, una auténtica leyenda del sub-mundo que asaltó la prensa en los años 40 y 50 por revelarse contra su jefe e intentar asesinarlo emprendiendo luego un largo periplo de prisiones y destierros) con fotomontajes y sobreimpresiones que saturan de información, uso de virados en sepia –en este caso para dar un tono degradado, entre lo irreal y lo sórdido a los recuerdos del personaje y a sus peores momentos con la heroína- ,precipitación tumultuosa cámara en mano, desencuadres y obsesivas tomas con la cámara torcida para buscar una impresión de desequilibrio y sobre cualquier cosa esa horterez y esa sensación de autenticidad general(tipologías, localizaciones, etc… y aquí habría que incluir la participación casi inexcusable de Noboru Ando, gran característico del género y ególatra ex-gángster él mismo que escribió y protagonizó unas cuantas películas sobre su propia vida) que tumba de espaldas. Todo grandes
logros, si, pero todos ya expuestos en anteriores películas con prácticamente idénticos objetivos.
Consciente de necesitar un “algo más” Fukasaku extrema un melodramatismo tremebundo que esquiva cualquier posibilidad de reblandecer la propuesta reciclándolo en una furia nihilista, autodestructiva y terminal con la que añade un componente lírico y fatalista enriquecedor a la historia de ese matón proteico, ultraviolento e infantil. Un personaje totalmente asocial -ajeno tanto a la “sociedad civil” como al mundo de “los hombres del camino extremo” (parafraseando uno de los sensacionales capítulos de esa pionera entrada en español al cine criminal japonés que es Yakuza Cinema. Crisantemos y dragones de Carlos & Daniel Aguilar), en definitiva un individualista extremo en una cultura de la colectividad como es la japonesa- que acaba deviniendo en drogadicto en perpetua fuga de si mismo. Interpretado de modo convenientemente reconcentrado por Tetsuya Watari (explicitando físicamente esa inadaptación con una mímica impredecible y una singular manera de envolverse en si mismo sentándose como si fuera un ovillo humano y caminado contrahecho y ensimismado), aunque un punto por debajo de su escalofriante performance de un año después en la extraordinaria cumbre de la desesperación que es la ya mencionada Yakuza Graveyard, un título menos prestigiosos que este pero, en mi opinión, superior. De esta
manera será esa vertiente brutalmente dramática e inesperadamente lírica la que personalizará la cinta (a lo que se debe añadir la mayor consistencia lograda aquí en remarcaar la relación de los criminales con los medios y su conversión en ídolos populares gracias a su facilidad para vender morbo y fascinación, en este sentido resulta memorable toda la parte de cerco a la casa por parte de la policía con el personaje apareciendo en calzoncillos en la baranda disparando a todo lo que se mueve prácticamente “en directo”), una decisión que tiene su epicentro en una historia de amor doliente que tendrá su corolario en la mejor imagen del film y una de las más estremecedoras de toda la filmografía del director: Watari
paseándose con una urna funeraria de la que come los huesos medio calcinados de su esposa. Desesperación, culpa, locura y necrofilia.
Igualmente Fukasaku abre otras vías metafóricas que aireen su agobiante formalismo desquiciado y permite que toda la película se desarrolle en un largo flashback que comienza y termina en el tejado de una prisión con el anti-héroe sentado y envuelto en una manta, como un pájaro preparado para volar, para ser libre de todo empezando por él mismo (esa analogía de la ingravidez y la libertad reaparecerá insistentemente a lo largo de la película con el más claro exponente de ese globo rojo que acompaña al protagonista en el cementerio).
La película conoció un remake nada desdeñable en 200(Shin jingi no hakaba) por parte del inabarcable Takashi Miike (entre otras cosa uno de los renovadores del yakuza eiga desde los 90) que suponía un curioso (y largísimo, por desgracia) choque entre el hipercinético y colorista estilo “fukasakiano” (al que refiere visualmente en no pocos momentos, especialmente en esso seguimientos por la espalda) y la abstracción y el extrañamiento propios del Miike más serio, a los que se añadían aires “nuevaoleros” e influencias de Jim Jarmusch, Seijun Suzuki o incluso el heroic bloodshed hongkonés en un conjunto a veces fastidioso por una insistencia en la sordidez insoportable, pero estimulante en su poética del abismo.
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