Revista Literatura
"Este es un libro de fe. Quizá también un grimorio para invocar a seres espectrales. Pero, por encima de todo, es un libro de fe en la Literatura y en el Arte de la Escritura. Un Tratado personal, llamémoslo Ars Scriptorum, mi libro prohibido de formación."
Vuelvo a leer.
"Este es un libro de fe. Quizá también un grimorio para invocar a seres espectrales. Pero, por encima de todo, es un libro de fe en la Literatura y en el Arte de la Escritura. Un Tratado personal, llamémoslo Ars Scriptorum, mi libro prohibido de formación."
Otra vez, ocasión 602.
"Este es un libro de fe. Quizá también un grimorio para invocar a seres espectrales. Pero, por encima de todo, es un libro de fe en la Literatura y en el Arte de la Escritura. Un Tratado personal, llamémoslo Ars Scriptorum, mi libro prohibido de formación."
Y por 603 vez, o 610, o 714. Son las tres frases del principio. No puedo concentrarme porque dentro de una hora estoy obligada a levantar mi culo de aquí. Hoy hace falta Fe. Reviso la estadísticas horrendas del año con menos posts en el blog; he pagado caro escribir tan poco.
Lo intento por 604 vez, pero desisto. Las agujetas llenan todo mi cuerpo, incluidas las pestañas (o los párpados) porque ayer utilicé un poco de pintura negra sobre ellas. Ha sido la primera semana en muchos años (desde 2010, entonces calculo fácil que son seis años el histórico) en la que todas las horas de trabajo suman 40. Aunque es una excepción, claro, el contrato marca una media de 12-16 horas promedio a la semana, sobre un cálculo de horas anuales; a libre disposición y albedrío de las necesidades de producción.
Desde hace un año piso la misma superficie comercial, como azafata-promotora mona para vender cacharros. Ahora, de manera sorprendente, llega un extraño avance: es la propia superficie quien me contrata, sin agencias intermediarias. Aunque mi hora siga valiendo los mismos pocos euros, según sus baremos. Y un aumento en el catálogo, ya no tengo que vender sólo mi marca sino todas. Resulta estrambótico que los avances tecnológicos permitan enviar pedazos teledirigidos a otros planetas pero sean espalda y lumbares a pelo las que deban colocar cajas enormes de aparatos, en bonita exposición para su compra masiva.
El cansancio extremo me vuelve tontorrona. Ese estado de tontuna que suelen tener otros cuando están borrachos. Qué suerte, mortales, en las pocas ocasiones que estoy borracha me vuelvo más lúcida de lo corriente y es bastante insoportable.
Miro el reloj y cuento 57 minutos. Reviso mails y sigue sin aparecer respuesta alguna a todos esos envíos que solicitaban un editor de vídeos, o correector de textos o creador de contenidos o artículos casi al peso... 55 minutos. Suspiro.
Todavía recuerdo cambiarme de ropa en una de las salas de la casa natal de Picasso, como parte del grupo encagardo de la animación en la plaza de la Merced durante todo el día de actos por su cumpleaños. Pintar de gato las caras de los niños tiene más sentido que detallar las propiedades de una plancha. Pagaban el triple la hora, al menos, no este precio de esclavo moderno.
Hoy hace falta más Fe que nunca. Seguiré por la noche.