sin cabeza" de Rafael Marín Trechera.
Transilvania, 1789
Noche de San Juan
Estás colgado del techo, boca abajo, sumergido en tu
infecto olor a carroña. Aguardas la llegada de tu
víctima y mientras tanto sueñas, imaginas un mundo
donde los repugnantes seres humanos han dejado de
perseguirte y tú permaneces a salvo de sus armas,
alejado de las luces que te martirizan y te reducen a
escombros, de los olores que te aplastan y te consumen
hasta la nada. Sabes que ellos te odian, a ti, criatura
de la oscuridad, monstruo de cloaca, simplemente por tu
terrible necesidad de sangre. Ellos, los humanos,
ilusos seres que se pretenden superiores sin tener ni
idea de que serán los de tu especie quienes hereden al
fin este gran estercolero, el mundo llamado tierra.
Miras a través de la ventana abierta, más allá del frío
nocturno que hace revolotear las cortinas blancas de la
mansión que ahora es tu dominio. Ves repetida mil veces
la figura redonda y perfecta de la luna, tu aliada en
esta noche que contemplará cómo pruebas nuevamente el
sabor dulce y goloso de la sangre. Te relames los
labios, el cuerpo oscuro y cimbreante, conocedor de que
ya falta poco, muy poco tiempo. Después, una vez
concluida tu misión, podrás retornar a tu sueño, una
vez colmado tu amor de noche.
La puerta de la cámara se abre con morbosa
desesperación, y por un momento te parece que no erés
tú el cazador sino la presa, tanta tensión se acumula
en tus órganos de olor putrefacto. La puerta se abre y
en su quicio aparece la figura de una doncella humana,
rubia y pura. Sonríes sabiendo que será tuya. Ella es
hermosa, tanto como las otras muchachas humanas que han
servido de festín a tu sed oscura en anteriores noches
de luna y sangre. Va vestida con un vaporoso traje de
noche, esperanzada de encontrarse a la vuelta de su
inspección una velada de amor con su gentil esposo,
ignorante de que va a compartir contigo el dulce
manantial de su savia.
Por un momento, contemplándola, lamentas no ser humano,
porque la mujer es linda y posiblemente su cuerpo
ofrece más perspectivas que la de simple aliento. Dejas
atrás esta loca idea y sigues sin moverte su rumbo,
alterado al descubrir que en las manos lleva un
candelabro de plata con el que ilumina la negra mancha
que traza la oscuridad a su alrededor, un candelabro
con el que pretende espantar miedos ancestrales que no
imagina están a punto de cebarse sobre su linda piel.
No te complace la luz ni el destello de la plata, pero
aun así decides arriesgarte. Te excita la forma que
dibuja su cuello, tan lívido, tan tiernamente repleto
de dulce néctar color rojo.
La hembra humana avanza por la habitación ciega de luz,
esperando cerrar la ventana por la que tú ya has
entrado unos cuantos minutos antes. No sabe que su
acción protectora llega demasiado tarde. Te aprestas a
saltar sobre ella, despliegas tus alas translúcidas,
salpicadas de membranosos filos. Echas a volar agitando
la doble capa de oscuridad y te precipitas sobre el
blanco cuello apetecido, te hundes en él loco de
voluptuosidad, ávido de ganas de saborear su fruto.
Hieres con tu boca la superficie aterciopelada, te
salpicas de sangre los labios monstruosos. Caliente y
escarlata, con destellos de manzana o de fresa, la
dulce caricia de la hemoglobina te va embriagando, la
callada sensación te vuelve poderoso con su empuje.
Ríes con morbosidad pensando que la mujer entera va a
ser tuya, meneas las alas negras pensando que es
hermoso el sabor de construirte en el más fuerte, que
es lindo. No imaginas que ahora, precisamente, tu final
está próximo, escondido más allá del cuello que sorbes
lentamente, el cuello que es tu vida y es tu perdición,
hasta que de pronto ves acercarse la sombra que esboza
la guadaña, el giro borroso que será tu muerte y no
tienes tiempo de esquivar su abrazo. La noche y la
existencia para ti concluyen, tu vida de rebuscador en
el estiércol se termina en un instante, pronto serás
nada, carroña para el olvido.
--Mierda de mosquitos-- comenta la mujer, mirando la
costra que has esculpido en su palma, lo poco que queda
de tu insignificante ser, presta a cerrar finalmente la
ventana abierta.
P.D. No me gusta matar bichejos en general, soy más bien de las que les pone comida :) pero lo admito, a estos siempre los despido entre aplausos ;)