Huye durante horas, días, semanas.
Atraviesa valles, surca mares, cruza estepas.
Se aleja andando, en barco, en avión.
Cuando por fin se siente lo suficientemente lejos mira a su alrededor. Ni rastro de amigos ni enemigos. Ni jefes, ni compañeros. Ni esposas ni amantes.
Ni rastro de su vida pasada.
Relajado, por vez primera en muchos meses, deja que una sonrisa comience a cruzar su rostro. Justo en ese momento su mueca se congela al darse cuenta de que su huida es incompleta.
En el inicio del gesto se reconoce a sí mismo.
Ning1