Ahora estaba solo, salí a la calle e intenté concentrarme, la música todavía resonaba en mi cabeza, y la imagen de ella presente. En mi bolsillo la tarjeta del hotel me recordaba que solamente era un viajero temporal en esta ciudad, y que no pertenecía a ella.
Pero esta vez no me iba a marchar, miré el reloj y las agujas marcaban las 5 y media de la mañana. Estaba decidido a permanecer, a quedarme, a no dejar que el destino me esquivara. Me senté en un banco del paseo, con un ligero mareo, demasiadas cervezas o demasiado amor malgastado.
Dormí hasta el día siguiente en ese banco, como indigente, como un sin hogar, me despertaron los rayos del sol sobre mi cara. Al final demasiado tiempo malgastado en busca de un sueño, de un imposible, que destroza mi corazón y mi higado mientras hace desaparecer mis esperanzas de un futuro mejor.
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