Quiso la caprichosa fortuna que me tocara la cápsula cultural de nuestro curso de alemán el día anterior a 51 aniversario del asesinato de Kennedy, y de un cumpleaños más de La Chamaca (en efecto, mañana 22 de noviembre se festeja a la patrona de los músicos).
¡Que vengan a Berlín! - Kennedy estaba a favor de la reunificación alemana, en el entendido de que sería en el bando capitalista. Para manifestar su solidaridad con el pueblo de la ciudad dividida, fue ahí mismo, en el aniversario 15 del Muro del Berlín, para pronunciar uno de los discursos más notables de la Guerra Fría, pues propugnaba que la libertad no podía dividirse, pues si el comunismo trataba como esclavos a la mitad de la ciudad, no podía haber hombres libres en la otra, aunque fuera capitalista: resultaba que ninguno lo era, pues el comunismo no dejaba desarrollar plenamente a la ciudad entera. Y, parafraseando la divisa Soy un ciudadano de Roma, porque la ciudadanía siempre ha sido un status difícil de alcanzar, termina su discurso con la famosa frase Ich bin ein Berliner. Sólo los chicos y los comediantes hicieron un chiste con esa declaración, pues en Berlín hay unos panecillos rellenos de jalea, no sé si dulce o salada, llamados Berliner. Y es que, en efecto, cualquiera en dicha ciudad diría Ich bin Berliner, pero es justo lo que JFK quiso expresar al usar el artículo indefenido: no soy Berlinés, pero lo soy con ustedes, por su causa en favor de la libertad. Así pues, el gazapo nunca ocurrió: Kennedy, un hombre que se había ganado un Pulitzer antes de llegar a la Casa Blanca, se asesoró del corresponsal de la Agencia AP momentos antes de pronunciar su discurso, y nunca se presentaría a sí mismo como un croissant. Pero de eso no se enteraron ni The New York Times ni Newsweek. Vaya, ni el propio Ted Sorensen, que le escribía los discursos y estaba junto al Presidente esa tarde memorable, y que recoge en su libro Kennedy: el Presidente, el hombre, la pifia que nunca ocurrió.