Hace seis meses, antes de tomar el vuelo a Nueva York, los pasajeros debimos registrar nuestros ojos en un nuevo dispositivo electrónico. Este dispositivo que capta el diseño del iris el que, según dicen, es tan personal como una huella digital. Ésta, nos informaron, será la técnica global de identificación en dos años más.
Adiós a los carnéts, pasaportes, visas, tarjetas de crédito, de salud o de seguro social. Toda la información de una persona estará codificada en la imagen de su iris, la que efectiva en todo el planeta y para toda tramitación.
Ese día del viaje íbamos con espíritu alegre y con aire de vacaciones. Nos acompañaba nuestra hija más pequeña y para mi esposa y yo era como una segunda luna de miel.
Cuando me pidieron entrar a la cabina para el registro de mi iris tomé de la mano a la niña (mi mujer la había dejado conmigo y había entrado a otra cabina) y me senté con ella en las rodillas.
No tienen que decírmelo - se que fue estúpido. Pero, sentado ahí, esperando, intenté hacer reir a mi hija, le quité de las manos el conejito de peluche que ella lleva a todas partes y lo coloqué frente a mi cara diciéndole que él también debía pasar el proceso, justo cuando el rayo celeste de la maquinaria captaba la imagen de mi iris.
Todo sucedió muy rápido, la puerta de abrió y una voz computarizada me pidió dejar lugar al próximo pasajero.
No se qué hacer. Ahora viajo a todas partes con el conejo de peluche. Mi hija me lo facilita con serias advertencias y tengo pesadillas con lo que podría ocurrir si algo le sucede al deshilachado y manchado muñeco. El conejo me observa por las noches con el único ojo que aún le queda y que, lo juro, tiene una expresión de burla.