Revista Diario

Idilio, corto idilio

Publicado el 13 octubre 2010 por Blopas

Esta es una anécdota en partes: la 5a en la saga de la Señora W. y también la 16a en la saga del Dr. Kovayashi.

La Montaña | Continuará…

Debieron el abrir de sus ojos a la agradable temperatura y a la quietud estanca del pasillo. No los circundaban ya ni la obstinación del granito ni el frío de la noche, y de no haber sido porque a duras penas recordaban lo acaecido en la montaña, no habrían maldecido únicamente el estar allí encerrados. Se preguntaban: ¿cuánto más durará el tratamiento? ¿Es en realidad necesario? ¿Por qué Daibushi nos evita? No tenían respuestas. Mientras tanto, dejaban que el tiempo transcurriera; estaban sentados en el piso, uno contra el otro, a la espera de que algo sucediera. La Señora W. rodeaba a Rómulo con sus brazos y él, de tanto en tanto, le retribuía con un beso en la mejilla. Creían necesario brindarse cariño, mas no comprendían por qué ni querían averiguar hasta cuándo les duraría el verano.

El pequeño encorvado había permanecido siempre junto a ellos, pero disimulado en un cono de sombra. Por eso, la primera palabra que pronunció (Under, en inglés) cortó el aire con la precisión quirúrgica de un ala de golondrina. La pareja se puso de pie y escuchó con atención.

“Under the water it rumbled on,
Still louder and more dread:
It reached the ship, it split the bay;
The ship went down like lead.”

Luego, El que era el Cardo de Flores calló y una segunda voz, en cuyas inflexiones W. y Rómulo reconocieron a Micaela, atravesó el pasillo como un disparo de carabina. Provenía del extremo donde alguna vez habían visto flotar a Daibushi. “Querrás ser azotado mil veces en la giba, horrible criatura, antes que provocar la ira de mi padre. Cumple ya con tus obligaciones y sin distraerte, o Él te devolverá al fango del cual te sacó.” La amenaza surtió un efecto inmediato sobre El que era el Cardo de Flores, además de helarle la sangre a la pareja.

_ “¡Queremos hablar con Daibushi!”, gritó la Señora W., quien con notoria desesperación había conseguido sacar coraje de sus entrañas. Era consciente de que llevaban mucho tiempo sin dormir ni alimentarse. Seguramente era parte del tratamiento, pues no creía que su viejo amigo Alberto P. (o Daibushi, nombre que ella aborrecía) fuera capaz de semejante impiedad. Pero la respuesta no se materializó el palabras sino en una nueva rotación de ese mágico pasillo. El asombro había quitado las palabras de la boca de Rómulo (y más aun las ideas de su cabeza); al ver abierta la puerta del cuarto número “2″, vacío de toda voluntad, simplemente se aventuró al interior. Tras de sí, los pasos de W. resonaron como un eco tranquilizador.

Por segunda vez habían ingresado a un cuarto oscurísimo. “Caminen, vamos, caminen, no se detengan. ¡Un, dos, un dos!”, los arengaba burlonamente El que era el Cardo de Flores. Y así lo hicieron Rómulo y W., mientras comenzaron a percibir que el cuarto estaba inundado y que sus ropas resumaban agua salada. Paso a paso se habían ido hundiendo hasta tener el agua al cuello. “Daibushi, mi Maestro, los espera más adelante… ¡y abajo!”, dijo el contrahecho justo en el instante en que la pareja se hundió definitivamente en un abismo oceánico que no parecía tener fin. Rómulo y W. dejaron de escucharse, de hablarse, de tocarse, de alentarse. A merced de la correntada invisible, solos frente una muerte segura, contuvieron la respiración cuanto les fue posible. “¡La puta que te parió, Daibushi!”, pensó Rómulo y, resignado, se dejó llevar.

En el fondo del mar, Daibushi, el que todo lo sabe, meneó la cabeza una vez más.

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