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Ido

Publicado el 11 mayo 2010 por Blopas

Y Micaela prosiguió su relato.

_ “El hombre siguió su camino por la orilla en dirección a la ensenada. Pisaba con cierta dificultad debido al ataque del cangrejo. En las plantas de sus pies se hundían por igual caracoles, conchilla y ramitas, la despareja resaca del mar. En otro momento habría disfrutado el calor picante del sol sobre los hombros, pero en esa ocasión ni siquiera recordaba su propio nombre. Ignoraba por qué su interior se había convulsionado al extremo de no poder discernir si sus recuerdos eran propios o ajenos. Así fue como se identificó con la arena turbulenta que cargan las olas; nunca descansa ni se deposita. Sólo en unas pocas oportunidades a lo largo de la historia universal, sus granos repitieron la misma posición relativa. Algo parecido estaba sucediendo con las imágenes que desfilaban frente a sus ojos mientras caminaba. Creyó que estaba mirando el girar de una calesita a través del agujero de una cerradura, o los dibujos cambiantes de un caleidoscopio. En ciertos momentos, su atención regresaba a la orilla y gozaba con el frío del agua que lo empapaba hasta las rodillas. Luego, ese mismo mar se transformaba en extensos campos con pastizales, cultivos y ovejas.”

_ “Sin haber dejado de caminar y casi sin darse cuenta, el hombre llegó a la ensenada. Varias personas lo saludaron agitando sus manos, y alguno hasta gritó un nombre que nada significó para él. La playa le resultaba desconocida y familiar al mismo tiempo, y eso lo molestaba demasiado. Notó que su estado de ánimo, semejante a la furia, lo estaba empujando hacia el mar abierto. Dos ancianas comentaron cuán temerario era ese hombre que se internaba hasta la rompiente, con el agua a la cintura, muy cerca de una punta de piedra recubierta por mejillones. No podían dar crédito a sus ojos. Observaron los temblores espasmódicos que lo hacían sacudirse como un arlequín, y también lo oyeron gritar como poseído. Una primera gran ola pasó por encima del hombre y lo transformó en una entidad traslúcida, como si el agua le hubiera lavado los huesos y las entrañas. A través de su tórax vieron cómo una segunda ola lo embistió de frente, aunque apenas salpicó. La tercera gran ola ocupó mansamente el lugar donde él ya no estaba. Había desaparecido.”

_ “Perdonáme, ¿estás diciendo que el hombre no se ahogó sino que se ‘esfumó’?, preguntó Daisy, incrédula.

_ “Exacto. Regresó a otra dimensión, a un lugar muy distante y muy antiguo.”

_ “¡Pero eso es imposible!”, llegó a acotar risueñamente Daisy antes de que un adorno de cerámica cayera desde un estante en la pared, a medio metro de su lugar.

_ “Te recomiendo, Daisy, que nunca más vuelvas a dudar de mis palabras cuando evoquen las de mi padre, Daibushi, que es el que te ha arrojado esa estatuilla…”, dijo en voz baja Micaela después de que el personal del restaurant terminara de barrer y se alejara. “Si me prometés guardar el debido respeto, tengo una historia muy importante para contarte.”

_ “No abriré la boca, lo juro.”

Y de esa manera, Daibushi, el poderoso, comenzó a contar el regreso de Smorthian: hablando a través de la boca de su querida hija Micaela.

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Filed under: Lugares, Personas, Sucesos Tagged: anecdotas, cuentos, cuentos cortos, literatura, Manhattan, mar, micaela, orilla, relatos Ido Ido Ido

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