Me topé con una foto del papá de B, de cuando era muy chico, y fui a ver a mi niña, foto en mano.
Ya sé que son muy parecidos. Siempre digo que es igualita a él. ¡Pero qué impresión! Si mal no recuerdo, en la foto él tiene tres años. Al voltear a ver a B, vi exactamente el mismo gesto del niño retratado; la misma cara, lo mismo todo.
Estas cosas son mágicas porque en realidad, también se parece a mí. Depende de qué lado se le mire, supongo. En su primer corte oficial de cabello, quedó casi igual que como me traían a mí a esa edad; hay una foto mía de hace treinta y cinco años con la que también la comparé, y no cabe duda de que es mi hija.
Pero nada como la impresión de hoy. Puede parecerse a mí, pero es idéntica a él. La herencia es una especie de máquina del tiempo.
Silvia Parque