Revista Ilustración

III. ELLOS. Laura lo tenía todo ordenado.

Publicado el 16 octubre 2015 por Lasuelta

Laura siempre supo lo que tenía que hacer, siempre hizo lo correcto, nunca hizo nada de lo que arrepentirse. Siempre fue de la mano de la responsabilidad, del deber, de lo correcto.

Hizo carrera. Viajó. Aprendió idiomas. Empezó a trabajar, conoció a Javi, buen chico, trabajador, honesto y amigo. Alguien en quien podía confiar. Guapote.

Se colgó de él desde el minuto cero. No dudó. Lo tuvo claro.

La certeza se llamaba Javi.

Javi sólo se había enamorado locamente de una compañera de la universidad con la que no tuvo nada.

Se hicieron novios. Él le pidió para casar a la orilla del mar. Se casaron y se fueron a vivir juntos a un piso cerca de los padres de Laura. Tuvieron dos hijos. Ella hubiera tenido un tercero. Pero él dijo hasta aquí. Todo según el guión.

Ningún sobresalto, todo acordado, convenido, sereno, medido, equilibrado.

Los niños dentro del horario infantil, escrupulosos en la educación.

Javi trabajaba de comercial y muchos días llegaba tarde, por cenas con clientes.

Lo mejor de ella se lo llevaban los niños y lo mejor de él se lo quedaban los clientes.

Y ellos quedaban siempre para el mañana.

Laura entornaba los dedos en su media melena castaña y colocada. Se detenía en la punta del mechón hecho girones. Volteaba.

Su ceño fruncido. Su mirada perdida a través de la ventana. Hacia el cielo. Hacia la nada más negra.

Miraba sin ver.

Sabía sin saber.

Quería leer "nosotros" pero las letras ya no se sostenían. No se tenían en pie. Cada día debía recolocar alguna en la repisa de la entrada al lado de su foto de casados, aquella donde la ilusión se enmarca pura y suya. Ahora ajena.

Esperaba el final del día.

De cada día repetido, uno tras otro, detrás del colegio de los niños, después del parque, un poco más tarde del bañito de los nenes o al final de la cena.

Esperaba el final del día para sostener su cachito de cariño adquirido, por derecho, por contrato.

Pues al final del día aparecía Javi, cansado de trabajar, siempre, hastiado con el mundo, ¡cómo no! Abatido por el Jefe, las no ventas. Y él ayudaba en lo que podía. Como podía.

Ayudaba con buena intención pero con represalias siempre.

Laura le esperaba, coloreada de cansancio, harta de soledad. Con hastío. A su manera. Pero siempre le esperaba con un anhelo descolocado.

A Laura la crisis la dejó sin trabajo, llegó el segundo niño y se acabó quedando en casa. Con niños, con carrera, preparando bocadillos y poniendo lavadoras. Y esperando al final del día un trocito de cariño recordado, pero en desuso. De antaño pero gastado.

Los embarazos le dejaron los kilos y las estrías, los niños las ojeras y los gritos grapados a su manera de hablar.

Y en su tormento confundía a Javi con otro hijo. Con una quinta parte de besos. Con la misma ración de gritos.

Javi lo entendía todo, el desazón, el hastío, la impotencia, su nuevo sentimiento de dependencia de saberse útil y sentirse inútil a la vez.

Le echaba de menos durante el día pero estaba demasiado cansada para hacérselo ver al final del día.

Pero en esa última semana los gritos provenían de él. La mirada de él estaba perdida. Ausente. Y el nosotros había perdido todas y cada una de las letras.

Y durante la cena por primera vez Javi gritó a los niños.

Laura supo que algo pasaba.

Y al tumbarse en la cama, menos rígida y más tierna preguntó:

  • ¿Hay algo que quieras contarme?.
  • Sí.
  • Ana me ha pedido que la ayude y voy a hacerlo.

ELLOS. VOSOTROS. NOSOTROS.

La Suelta.


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