Revista Literatura

Ileso

Publicado el 13 agosto 2013 por Xabelg
Ileso
Tenía una salud excelente, de acero. No, eso aún era poco para poder describir la robustez de su salud. Siempre había sido así. Había sido dotado por la naturaleza con un excelente organismo, a prueba de bomba, ninguna lesión, ninguna enfermedad, nunca. Desde niño, no le había afectado nada de lo que suele afectar a esas edades, ni sarampión, ni paperas, ni siquiera un triste resfriado, nada. Ahora, con 34 años recién cumplidos, continuaba en la misma tónica, disfrutando de su salud.
Su nombre era Fabián Maestre. Su padre José, coronel retirado del ejercito, tenía una teoría un poco traída por los pelos sobre las causas del  fantástico estado de salud de su hijo. Según contaba, las vacunas anuales del ejército, obligatorias al menos en algunas unidades como en la suya, eran una forma solapada de experimentar con el personal, inoculándoles diversos potenciadores del rendimiento experimentales, entre otras porquerías que ni sabía el coronel. Eran unos experimentos sin control, y sin saber muy bien que era lo que se buscaba obtener, tan sólo evaluar los resultados obtenidos a corto y medio plazo, es decir ninguno que se hubiera sabido.Unos experimentos de los que no hubo registros oficiales, pero no por secretismo, sino por su total desorganización.
Eso era lo que el bueno del coronel creía, que el organismo de su hijo, era inmune a las enfermedades, una facultad transmitida por el  a través de la genética. Fabían había oído de su padre esa historia docenas de veces, pero nunca creyó que fuese por eso. Es más, creía que la historia de su padre era una exageración, una batallita cuartelera de las que tanto le gustaban. No sabía por que tenía tan buena salud, pero realmente le importaba un pito, simplemente disfrutaba de ello, sin más, no había más vueltas que darle.
Le preocupaban más otras cosas, como la búsqueda de un empleo. Durante 3 años, había sido operador de cámara para un canal local de televisión, pero tras años de altibajos, el canal finalmente quebró, como otras tantas empresas. Así que era cosa de buscarse la vida. Además de trabajos temporales convencionales comno dependiente o camarero, también buscaba un hueco en el mundo de los castings. Fabián pensaba  que en épocas de crisis como aquella, era menos difícil acceder a una profesión artística, que a una convencional. Lo único que le faltaba era experiencia en arte dramático, todas las demás facultades, las poseía, era un guapo  rubio de ojos azules quedaba bien en pantalla, sobre todo al sonreír. No sabía si querría ser famoso, pero al menos no dejaría de intentar darse a conocer.
Para ese fin, en ese momento le escribía un mensaje de texto a un conocido suyo, un director de grandes aptitudes que también trataba de hacerse un hueco en aquel mundillo. El director, estaba preparando el rodaje de un cortometraje en el que Fabían deseaba con todas sus ganas un papel, ya que tuvo ocasión de echar un leve vistazo al guión. Fue tan sólo una lectura muy por encima, pero la historia le entusiamó. Ese cortometraje era una gran oportunidad que no quería perderse.
Pero las ansias de conseguir su aparición en aquel cortometraje aún por filmar, le hacía a veces descuidar otras cosas que también requerían su atención. Justo como en esa ocasión. Absorto en su móvil, tecleando el mensaje, no se enteraba que el semáforo de la calle que cruzaba se había puesto rojo. Un Audi azul, cuyo conductor estaba parcialmente distraído, en una infructuosa búsqueda de una emisora de radio decente, no vio a tiempo a Fabián, y para cuando reaccionó, ya no servía para nada.
Le había dado de lleno, el terror se apoderó del conductor, que hizo que sus gafas se le empañaran, y erizó sus escasos cabellos. Bajó del coche al borde del llanto, y cuando miró para ver el cuerpo retorcido y charco de sangre, vio al chaval al que había atropellado levantándose, que mirándole, le dijo:
-Serás cabrón, me cago en la hostia! Me has jodido el móvil, ojalá te quiten el carnet, atontao!
Los dos o tres minutos siguientes, cayeron tormentas de insultos, maldiciones, y palabras malsonantes en general de Fabián sobre el conductor, hasta que se hizo consciente de lo que había pasado, y se caló de repente, frenando en seco su lengua.
Que acababa de pasarle? Un coche, a unos 60 Km/h más o menos, le había atropellado, dándole de pleno, y ahí estaba, tan fresco, despachándose a gusto con el tipo aquel. Se palpó todo el cuerpo, buscando alguna herida, o algo roto, pero no había nada de eso. Aparte del móvil, que había quedado para el arrastre.
Que cojones significaba eso? Fabían no tenía ni puta idea, aunque reconocía que le aliviaba el hecho de no tener que acabar jodido en el hospital.
 Le apeteció volver a su casa, a coger un móvil viejo, pero que aun funcionaba bien que andaba por un cajón. Lo necesitaba para ponerse en contacto con el director, y conseguir su ansiado papel, aunque también se le ocurrió comprobar allí ciertas cosas. Cosas que requerían hacerse en la intimidad.
Lo primero era quitarse de encima al conductor empanao, al que tuvo que jurar y perjurar una y otra vez, que si, que estaba bien, que no iba a presentar ninguna denuncia, pero que con su seguro de automovil se arreglara él. Se puso tan pesado, que finalmente no tuvo otra salida que la de mandarlo a tomar por el culo, y largarse, dejándolo con la palabra en la boca.
Al fin se había librado del plasta, y a toda prisa, por fin en su casa. Antes que nada, una visita al baño. Casi se lo hizo encima cuando se dio cuenta de lo que había pasado. Lo siguiente, hurgar en los cajones en busca del móvil viejo, que encontró al cuarto intento, al que colocó la tarjeta prepago que extrajo de su otro ruinoso móvil, la tarjeta era lo único salvable, el movil esta irreparable, para tirarlo, sin tapa, con la pantalla reventada, y la batería deformada. Se acabó el Whatsapp, los mails desde el móvil, y demás mierdas, no podría permitirse uno nuevo aún, así que tendría que tirar con esa reliquia todo lo que le aguantara.
Ahora, una vez solucionado el problema de comunicación, quedaba en el aire otra cuestión. El atropello del que había sido objeto. Por que había pasado lo que había pasado? O mejor formulado, Por que había algo que no había pasado? Lo que no había pasado era lo normal, que sería Fabíán reventado y hecho mierda, sangrando tirado en el asfalto.
Con una idea en la mente, fue a la cocina, y cogió uno de los mecheros que tenía en un botecito. Lo encendió y se aplicó la llama durante un segundo en la mano izquierda. Sintió calor pero no sintió quemarse. Se miró la mano, sin ver nada fuera de lo común. Repitió la operación, y esta vez, durante unos diez segundos. Calorcito, sin dolor. Volvió a mirarse la mano, se la tocó con el dedo. Sin dolor, ni marcas, ni ampollas, ni nada, todo bien.
Después de sentarse a fumarse un cigarro, y dar mas vueltas al asunto, buscó en el cajón de útiles de cocina, y cogió el rodillo de amasar, que no usaba jamás. Respiró hondo, y se golpeó fuertemente con el en la cabeza. Sintió cómo el objeto le tocaba, pero no había dolor, ni conmoción. Examinó el rodillo, tenía una notable abolladura en la zona con la que se había golpeado. Pero él estaba como si nada. Fue al baño a mirarse la frente y nada, sin ninguna marca.
-Esto es la hostia!- Exclamó sin poder evitarlo. La cosa no era para menos.
Fabián no era antropólogo ni científico de ninguna clase, pero no hacía falta para saber que lo que a él le ocurría, no debía ocurrirle a nadie en el mundo, al menos que el supiera. Era algo extraordinario, y si sabía jugar bien sus cartas, quizá podría sacar algún partido de ello.

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