El principio creador no creado fue dios. Dio vida a los nueve primeros indolentes, ellos fundaron las estirpes. Todos descendemos de ellos. De alguna manera, de uno u otro número.
Saúl solo generó cuatro estirpes, aquellas más puras y poéticas: agua, aire, fuego y tierra.
La misión de Saúl provenía de la eternidad. En el porche y con Mozart de fondo, dijo en una ocasión que me había acompañado en todas las vidas anteriores. No me asusté, sentí una angustia irreconocible.
Aceptar la muerte es comprender la vida y asumirla. Preguntaba mucho a Saúl: porqué, cómo, dónde, para qué… Él respondía con símbolos, con imágenes precisas que recordaban al Dantés de Dumas.
Proseguía en mi defensa del caos ante Saúl, del caos como principio y mecanismo regulador del orden. La alteración de un número puede provocar un cambio de estirpe, o la violencia generada por el indolente número 88.
Llamábamos al indolente número 13 para que nos acompañara cuando hablábamos de poesía. Los tres odiábamos la filología pero amábamos a los clásicos.
Siendo muy pequeño me escondía en el cuarto de baño para no escuchar las peleas de mis padres. Tapaba las orejas con las manos y aguardaba de rodillas que alguien llamara a la puerta. Allí tampoco estaba solo.
He preparado un MM muy frío y lo he vertido en la tierra donde está enterrado dios.