Idiota e imbécil son términos que han adquirido resonancia de muy grosero insulto, su raigambre es soez en modo que no tolera adjetivo morigerante ni adverbio compasivo; apenas aumentativo que balda o humilla: tremendo idiota, por ejemplo, o perfecto imbécil.
Ambos términos han sido usados en medicina, específicamente para designar determinados grados de retardo mental u oligofrenia. Así imbécil designaba a individuos con penurias para la abstracción y la generalización y cuyo espíritu permanecía pegado a la pura experiencia sensorial sin mayor desarrollo de la expresión verbal mientras que el idiota demostraba ineptitud parcial o absoluta para concebir conceptos, incluso de los objetos familiares más corrientes (madre, padre, mano; por ejemplo); no aprendían a comer por sí ni a vestirse ni a dar la mano. En general, la imbecilidad cursaba con capacidad escolar muy limitada y ésta era del todo imposible en la idiotez.
Aquella tradicional manera de asimilar la idiotez a una equivalencia con el desarrollo mental de un niño de menos de 5 años, o menos de 7 en caso de la imbecilidad, ha quedado en la obsolescencia. Contimás si para hablar de retardo mental ahora no existe primacía del mero cociente intelectual cuantificado sino que se requiere la evaluación de las capacidades individuales de ajuste interpersonal y social. Ni idiotas ni imbéciles habitan ahora los textos de medicina, queda claro, pero en el lenguaje popular ellos se han instalado y gozan de excelente salud como gargajos verbales y coprolálicos epítetos.
¿Y esta jactancia mía por preferir un denuesto al otro? ¿Histriónico arrebato autoexecratorio? No, meramente mi mala costumbre de improvisar un introito estrambótico para luego pasar de contrabando un texto ajeno que usualmente no requiere prolegómenos. Un apreciado lector nos ha alcanzado este redondo texto de Cortázar y queremos compartirlo, su título: 'Hay que ser realmente idiota para...'
Es que a veces entre tanta 'inteligencia' y tumulto de datos se cuelan también el esnobismo y la estupidez rampante. Y claro, tan avispados siempre, ni nos damos cuenta. Ahítos de originalidad, escandalizados por lo obvio, exorcistas de la frase trillada, no advertimos que una gota de agua es abrumadoramente obvia y no hay nada más trillado que una espiga.
Enlace:
- 'Hay que ser realmente idiota para...' (extraído de La vuelta al día en ochenta mundos, 1967).
Otros enlaces relacionados en el blog:
- A propósito de Rayuela y Cortázar.