Pintura Ben Howe.
Es absurdo que nos consideremos seres racionales. Actuamos y juzgamos movidos por mitos y emociones y nos servimos de la razón como mucho para justificar esas actuaciones y esos juicios. Nadie analiza lo que hace o piensa a la luz de la lógica, nadie prevé sus movimientos en términos de coherencia racional. Nos mueve lo que amamos, odiamos, admiramos, envidiamos o despreciamos, y sólo después de sentir y de hacer, algunos, pocos, nos ponemos a pensar sobre el sentido y lo hecho intentando que ese pensamiento a posteriori quede libre de prejuicios y de pasiones. Y aun eso es difícil, porque la mente no tiene compartimentos específicos que se abran y se cierren según la ocasión lo requiera o la voluntad lo indique: en la cabeza va todo mezclado. Y si la mezcla es abigarrada pero tiene equilibrio, como en esta ensalada que estoy preparando, por ejemplo, entonces vamos bien, pero por encima una de esas pasiones o uno de esos mitos se alza sobre los demás y domina la situación el resultado es el desastre, tanto si lo llamamos fanatismo como si lo llamamos psicopatía. En esos casos la pasión o el mito se alimentan a sí mismos, engordan monstruosamente y provocan la atrofia de los otros sentimientos y de la escasa razón. Son tumores malignos que deforman la persdonalidad, cánceres del alma.
Fragmento de "Los frutos caidos" de César Ibáñez