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Impunidad subjetiva

Publicado el 26 noviembre 2010 por Bloggermam
Impunidad subjetiva
AVISO: El siguiente relato contiene escenas de violencia y sexo explícitos. Debes ser mayor de edad de acuerdo con la legislación de tu país. Si continúas leyendo será bajo tu responsabilidad.
La pelea en los aseos fue corta. Si hubo algo que hubiera motivado la última pelea, se había olvidado hacía meses. Ahora era suficiente un cruce de miradas desafiantes para que Elena buscara con sus uñas los ojos de Claudia y ésta se defendiera haciéndose un ovillo que la protegiera de las garras de Elena y de las patadas de las inseparables arpías que escoltaban a la verdadera dueña de los pasillos del instituto.
Eran pocas las veces en las que Claudia regresaba al aula o a su casa con la satisfacción de haberle dado un tirón de pelo brutal a Elena o de haber conseguido golpearla con saña en los pechos. Cuando sucedía algo así la sangre en su boca tenía un sabor más dulce que metálico. 
Ensimismada en sus tormentosos pensamientos de adolescente quinceañera, Claudia decidió que Elena era algo más que su adversaria. Era su enemiga, la causa de todas sus desgracias, el origen de sus frustraciones. Elena pagaría mil veces todo el tormento que se retorcía en el interior de Claudia.
No fue una elección complicada. Al fin y al cabo Elena encarnaba todo aquello que Claudia envidiaba. No se detuvo a pensar si ese chico tan guapo era su novio porque veía en Elena una chica atractiva, cariñosa, decidida y con espíritu de líder. Tampoco reparó en que los halagos de los profesores podrían estar relacionados con lo que se esforzaba en presentar los trabajos o las buenas notas que sacaba en los exámenes. Ni se dio cuenta de que el resto de compañeros de clase apoyaban a Elena porque les defendía de los golpes que ella misma repartía inmisericordiosamente a cualquiera que pudiera dominar a base de violencia.
Claudia sólo veía en Elena ese elemento que impedía que se saliera siempre con la suya. Era la encarnación de la maldita perfección y por si fuera poco las clases de judo hacían que fuera imposible doblegarla por la fuerza.
En la cabeza de Claudia ya no cabía otra idea que la de arruinar la vida de Elena, fuera como fuera. Ya no había límite. Se había informado en las redes sociales y sabía que como mucho se iba a pasar tres años en un reformatorio.
La violencia no era la única vileza que habitaba en Claudia. Todo aquel que hubiera tenido la desgracia de ponerse a tiro de su insidia pudo comprobar que además era una chica inteligente, lo cual hacía de Claudia una niña tan peligrosa para ella misma como para los demás.
Le hacía mucha gracia que le dijeran que tres años en un reformatorio era un infierno. Pero eso no podía ser demasiado diferente a estar castigada siempre. A ir de su habitación a clase y de clase a su habitación. Sin poder salir de borrachera los fines de semana. De oír las monsergas de sus padres en casa y las de los profesores en el colegio. Resignada a intercambiar largas horas de ordenador en solitario con las palizas que daba o recibía en compañía de otras. Su arrogancia le hacía sentirse suficientemente curtida como para pasar tres años recluida en un centro de menores. La suerte de Elena estaba echada.
Cada minuto del encierro en su habitación, cada instante que caminaba por la calle, cada momento que perdía en clase estaba dedicado a idear el plan que acabaría con Elena para siempre. De vez en cuando hacía un alto en su obsesivo pensar para deleitarse con la imagen de su enemiga muriendo delante de ella, encogida por el dolor, mientras ella satisfecha, le reía su venganza en la cara.
Envuelta en sudor se despertó en mitad de la noche. El pelo enmarañado no ayudaba a averiguar si estaba regresando de una pesadilla o de un intenso sueño erótico. Lo único evidente era que la sonrisa de oreja a oreja que se iluminaba a la luz de la luna habría hecho palidecer de miedo a un profanador de tumbas.
Mientras dormía había terminado de encajar la última pieza de su plan. Claudia, tuvo que reprimir las carcajadas que se atropellaban en su garganta para evitar que sus padres entraran en su habitación para agriar el sabor de la futura victoria sobre el proyecto de cadáver en el que se acababa de convertir Elena.
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