Lo voy comprobando día a día, nadie se muere por amor, tenían razón, todos aquellos que me lo decían, el sol sigue saliendo cada mañana, el hambre finalmente se apodera de mi cuerpo y termino, sucumbiendo a los alimentos que me suplica.
Mis párpados se quejan, resentidos de tanto llorar, pero aún así se abren y siguen mirando lo que les rodea, la garganta sigue doliendo de los gritos que ahogo cada día y de los gritos que no consigo callar cuando estoy a solas y doy conciertos de ópera sin público y sin aplausos.
La rutina sigue adelante, no entiende de la necesidad de soledad, ni de distancia, ni de que ahora llevarla a cabo, es un esfuerzo inmenso que me cuesta la vida. No entiende de plazos, su ejecución diaria es su única meta, por encima de mi, por encima de mi tristeza.
En cada acto, un nuevo pensamiento, me distrae por un rato, hasta que nuevamente pierdo la mirada en el infinito de su inapelable ausencia...
Algo de pronto me arranca una sonrisa y me siento culpable de haberla sentido, sí, de haber sentido un breve instante de alegría y me pregunto si un día, volverá ella a mi, sin reservas... sin miedo, sin cobardía.
Es cierto, nadie de muere de amor, lo estoy comprobando...se sigue con vida, que es... peor.