Inchátiro 1: Apá.

Publicado el 04 septiembre 2012 por Gildelopez

Apá
Hay momentos de revelación en los que ves en un segundo miles de imágenes y vives de nuevo decenas de acontecimientos de los que has sido protagonista o espectador de primera fila. Llegan de repente. No sabes cuándo,en alguna de tus diarias rutinas saltará la chispa provocadora de una explosión de memorias entrañables.
Revisando las fotos de mis contactos en FB, viví una de tales experiencias: tuve la impresión de que la lista estaba llena con los papás de muchos queridos amigos. Pensé, fascinado: “ este de aquí, ¿no es don...?; aquella ¿no es la señora...?; ese de más abajo, ¿no es el maestro...?; ¡pero si aquí está el papá de...!” etc. Una rápida revisión de los nombres bajo las fotos comprobó lo que la razón decía al sentimiento: aquellos rostros apreciados no eran de los papás de mis amigos. eran de mis amigos mismos.
Un pensamiento se abrió camino entre el pasmo y la sorpresa y me hizo volver con rapidez la mirada hacia el espejo‚ donde me encontré con los asombrados ojos de... mi papá.
El sentimiento de asombro cedió pronto su lugar a uno de paz‚ de contento interno, de cariño. Se me ocurrió que ese parecido físico que me había estremecido era un signo de ir por el camino correcto. Tal vez la semejanza de facciones es una primera etapa y tal vez llegue un día a convertirme en digno émulo de ese luminoso ser, dueño de una de las manos que me brindaron, además de apoyo, guía, amor, en mis primeros pasos.

Fue entonces que más que ver. sentí‚ fuí deslumbrado por un flashback en el que en unos cuantos segundos‚ medio siglo de mi historia desfiló‚ más viva que nunca. frente a mí.
Con claridad me ví: un niño regordete que corre a la puerta cuando el sonido de la llave en la cerradura le avisa que papá llegó de la tienda. cansado‚ pero contento de vernos. Me gusta que me levante y me abrace; puedo tocar su rostro‚ rasposo con la barba de un día‚ besarlo. Aspirar el aroma limpio de ese sudor que en mi fuero interno llamo “olor a papá“ y que me brinda una sensación de seguridad que no volveré a sentir en mi vida. Llegan entonces corriendo Felipín y Estelita a reclamar el mismo tratamiento y debo resignarme a regresar al piso. En lo que mi mamá prepara su cena‚ papá juega y ríe con nosotros‚ nos canta y nos hace cosquillas‚ por lo que toda la casa se llena con nuestras carcajadas.
Cuando cumplí siete años‚ mi mamá ya me daba permiso de salir solo a la calle e invariablemente‚ poco antes de oscurecer me iba para la tienda a acompañar a mi papá. Después de cerrar todavía se quedaba a trabajar un buen rato‚ porque siempre tenía algunos pendientes. No podía ser de otra forma: sobre él recaía la responsabilidad del negocio. Él hacía todo en la tienda. Cuando digo todo‚ quiero decir todo: despachaba a los clientes‚ acomodaba la mercancía‚ decoraba los aparadores‚ atendía a los agentes viajeros de los proveedores‚ iba al correo a recoger los paquetes de revistas‚ llevaba la contabilidad. etc. Todo sin más ayuda que uno o dos empleados que unicamente atendían el mostrador; lo demás lo hacía él. No sé cómo podía. En fin... lo acompañaba y en lo que él desahogaba varios de sus múltiples pendientes yo me sentaba a leer un altero de comics y a cumplir ocasionales tareas que me encomendaba. Oíamos música de los 40s y 50s en Radio México o "Los Inolvidables de la Radio" en la XEQ y a las nueve y media cambiábamos a la XEW para oír nuestra radionovela favorita: "Aquí está Felipe Reyes". Al finalizar el capítulo apagaba la luz y luego de poner el candado en la puerta‚ nos íbamos a cenar a casa. De vez en vez le decía a mi mamá que no preparara cena y comprábamos tacos y tortas para todos en el puesto de don Pedro Castillo.
Cuando alcancé la estatura suficiente para ver por encima del mostrador‚ le ayudaba a despachar a los clientes y durante unas vacaciones de verano hicimos un contrato verbal y me convertí en empleado de la tienda por dos meses. Aún no cumplía los diez cuando gané el primer sueldo de mi vida: un peso diario. Fui guardando mi paga semanal y al cabo de las vacaciones‚ en la misma tienda me compré el objeto de mis sueños: un radio de transistores "Majestic". Su precio era de 70 pesos y yo sólo tenía 60. pero mi papá me rebajo diez‚ ya que tenía derecho al precio para empleados. No sé dónde acabó ese radio‚ pero siempre lo recuerdo con cariño y gratitud hacia mi papá. Se lo agradezco más que si me lo hubiera regalado‚ porque me dió una enorme confianza interior‚supe que era capaz de conseguir lo que me propusiera y me sentí satisfecho conmigo mismo. Por el precio de un radio recibí una de las grandes lecciones de mi papá (no sería la última): el trabajo te hace libre.
Como decía‚ él se encargaba de todos los aspectos de la tienda‚ lo cual incluía viajes a México a surtirse de mercancía. Se iba algún miércoles por la noche‚ pasaba el jueves en el D.F. y el viernes en la mañana ya estaba acomodando lo que había traído. En esas ocasiones lo acompañaba a la terminal de Autobuses de Occidente‚ que por entonces estaba en Rubén Romero‚ junto a la casa de los buenos amigos Luis y Alfonso Román. A las nueve y media o cuarto para las diez salía el autobús y yo me quedaba viendo hasta que daba vuelta en lo alto de la calle‚ en la esquina donde estaba la tiendita de doña Tomasa. Sólo entonces‚ emprendía mi camino a casa‚ con una sensación de tristeza y el corazón estrujado: ¡serían más de 40 horas sin ver a mi papá! Antes de dormir me recostaba un poco en su cama ‚ hojeaba algo de los libros y revistas que nunca faltaban en su buró y acariciaba su pijama: el “olor a papá" me tranquilizaba y me iba a dormir a mi cama un poco menos triste.
Disfrutaba acompañarlo en la tienda y ayudar en lo que mis capacidades permitían‚ pero los momentos que atesoro celosamente en mi alma son los que pasábamos fuera de la tienda. Cuando salíamos de paseo con toda la familia o cuando nos íbamos a pie‚ los tres hombres de la casa‚ papá‚ Felipe y yo (el cuarto‚ Arturito‚ aún gateaba en casa)‚ a Cerrohueco‚ la Laguna o el mirador de La Mesa.Cierta vez nos preguntó si queriamos ir caminando hasta Chupio; Seguido íbamos a Pedernales en carro‚ porque el clima de allá le sentaba muy bien a Estelita‚ que tenía asma. En esas ocasiones‚ casi acabando de salir de Tacámbaro avistábamos las casas de Chupio‚ por lo que yo sentía que estaba muy cerca; así que aceptamos ir caminando‚sólo para comprobar que Chupio sí estaba cerca... cuando ibas en carro. Hicimos como cuatro horas bajo el sol‚ en el asfalto hirviendo. De regreso pedimos "aventón“ a un conocido que pasó en un Jeep‚ porque en ese tiempo no había servicio de autobús a los ingenios y los pocos taxis que pasaron venían llenos. No recuerdo quién era el señor del Jeep‚pero gracias a él estoy aquí: estaba dispuesto a quedarme a vivir en Chupio antes que regresar caminando a Tacámbaro. Esas caminatas tenían todas‚ una especie de magia. pero hay dos que recuerdo por sus características cuasi-oníricas. La primera: camínabamos por un pequeño bosque y al llegar a un claro de repente el suelo pareció cobrar vida y nos rodeó una nube de aleteos: habíamos espantado a decenass de codornices que dormían plácidamente hasta que llegamos nosotros. En segundos desaparecieron volando entre los árboles y nos quedamos en silencio‚ con una sensación de irrealidad. La otra: no sé en que cerro paseábamos, pero llegamos a un punto desde donde veíamos a nuestra izquierda la Alberca y caminando un poco‚ muy poco hacia la derecha‚ veíamos la Laguna. Aunque estoy seguro de haber visto ese paisaje‚ a veces pienso si no lo habré soñado: nunca he oído hablar de ese lugar a nadie. Fue hace más de 40 años pero aún lo veo.
Ya fuera en la tienda‚ en algún viaje o en alguna caminata por las calles o los alrededores del pueblo‚ sus charlas eran fuente de aprendizaje y de intensas emociones. Podía oir sin cansarme, horas y horas el recuento de sus aventuras infantiles y juveniles en el Tacámbaro aún más pequeño de los años 20 y 30; de su estancia en un seminario clandestino cerca de Tlalpujahua; de su temporada de acuartelamiento para el servicio militar en plena guerra mundial‚ con la posibilidad -muy real- de ser enviado al frente de batalla (si México entraba al conflicto); de su carrera de contador en el D.F.‚ carrera que nunca ejerció‚ pues la precaria salud de sus padres y la extrema juventud de su hermano lo forzaron a tomar prematuramente las riendas del negocio familiar (y de la familia toda). Y principalmente me contaba de cómo la tienda se había convertido en su pasión y su motivo de vivir y de cómo le estaba agradecido porque fue allí en donde‚ cierto día‚ vió pasar‚ caminando por el entonces Portal Hidalgo a la mujer más hermosa que hubiera visto o que vería en su vida. Sin pensarlo dos veces y sin la paciencia necesaria para levantar la puertecilla de salida‚ salto por encima del mostrador‚ dejando a medias al sorprendido cliente que atendía. Corrió al portal y... el resto es historia. O mejor, prehistoria: la pre-historia de mi vida.
De todas aquellas pláticas se formó el ser humano que soy. En ellas está el origen de mi amor por el cine‚ el radio‚ la música‚ la literatura. En las pláticas y en su ejemplo: nunca nos obligó a leer; ni siquiera lo sugirió. Verlo inmerso en sus libros fue más que suficiente. Desde muy temprano sospeché que la lectura debía ser algo bueno ya que al parecer le daba grandes satisfacciones a mi papá. Mi gusto musical se moldeó en aquellas horas oyendo juntos el radio o su variada colección de discos. Los grandes clásicos del cine llegaron a mi vida mucho antes de verlos en la pantalla, gracias a las narraciones emocionadas de mi cinéfilo padre, etc.
¡Hay tanto que debo agradecerte‚ papá! Debo darte las gracias por Hitchcock y por Bogart; por Lupita Palomera y por Genaro Salinas; por Gavaldón y por Arturo de Córdova; por Virginia López y por Mario Alberto Rodríguez; por Rita Hayworth y por Gloria Marín. Por Ravel‚ por Tchaikovsky y por Moncayo. Por Verne y por Salgari; por Rius y por Spota. Gracias a tí sé que Harold Lloyd es superior a Chaplin‚ Tuero a Gardel y Tin Tan a Cantinflas. Gracias por ese tiempo compartido oyendo la W‚ por enseñarme a amar a Trespatines. Gracias por iniciarme en el ritual diario‚ infaltable de la lectura del periódico. Gracias por la generosidad con que has compartido conmigo tu sabiduría‚ tu bondad y tu alegría de vivir.
Más que nada‚ más que todo‚ gracias por amarme‚ por siempre estar disponible para mí‚ por siempre haberme tendido la mano cuando lo necesité. Gracias por la mejor enseñanza que me diste con el ejemplo de tu amor por mi mamá y por todos nosotros. Gracias por educarme en tu fé y en tus concepciones morales e ideológicas sin jamás imponérmelas por la fuerza. Gracias por la libertad intelectual que me has dado siempre y por enseñarme a respetar todas las opiniones‚ creencias e ideologías por más distintas que sean de las mías.
En síntesis: quiero darte las gracias por ser mi padre y porque ahora lo comprendo bien: más que ser tu hijo soy TÚ. Y me siento orgulloso de ello. Te amo, apá. Siempre.
Santa Ana‚ CA. 8‚ marzo‚ 2012.