Don Raymundo y los Tropilocos.
Las peluquerías de antaño en Tacámbaro eran sitios un tanto bohemios. Además de las actividades que les eran propias, en ellas se daban cita amigos que iban a platicar, tomar un café, jugar una partida de ajedrez u hojear alguna revista - Siempre!, Jueves, Sucesos...-Un imán para esas tertulias era que en muchas de ellas el dueño o alguno de sus ayudantes eran músicos aficionados y en los ratos libres ensayaban con sus guitarras u otros instrumentos.
Vienen a mi memoria los fígaros de mi juventud: el señor Rábago, siempre muy serio, en la puerta de su negocio, listo para atender a su clientela; don Martín Mandujano, de permanente buen humor y con la broma a flor de labios; otro señor Mandujano era el dueño de "El Dandy" y en "El Remolino" nos atendían mi amigo Salomón y su papá.
En lo personal, tengo dos peluquerías de las que guardo muy buenos recuerdos, por los lazos de amistad, de fraterna camaradería entre mis hermanos y yo con los hijos de sus propietarios: una es El Siglo XX, de don Rodrigo Álvarez -con sus ayudantes, Luis y Mayito- y la otra, la de don Joaquín Gutiérrez, un señor siempre amable e incansable trabajador que, al igual que el señor Álvarez, practicaba el hoy casi extinto arte de la relojería.
Un detalle curioso: entre nuestras tres familias acumulábamos una cantidad macondiana de Rodrigos y Raymundos.
Fuertes lazos de afecto y amistad me unen a los Álvarez y merecen un capítulo especial en la historia de mi vida. Ya lo escribiré; mi relato de hoy tiene que ver con los Gutiérrez.
El pequeño local de su negocio estaba a unos pasos de mi casa, justo al lado, pared de por medio, del cuarto donde dormía con mis hermanos y en el que era claramente audible el bullicio habitual de la peluquería, siempre llena de gente, mucha de la cual eran clientes, pero otro tanto eran amigos que iban por la charla, por el ajedrez o simplemente a admirar la destreza de don Joaquín en el arreglo de las minúsculas maquinarias cronométricas. Un atractivo extra era escuchar a los hijos de don Joaquín entonar las canciones en voga, acompañados por sus guitarras.
Como dicen: "hijos de tigre..." la Gutiérrez es una familia de honda raigambre filarmónica en Tacámbaro. Don Joaquín y su hermano, don José (mi maestro de música en La Colón) formaron parte de varias agrupaciones musicales, de las que recuerdo a Los Sapos, Los Feos y la Sonora Siboney. De ésta última también eran integrantes los jóvenes Raymundo y Enrique, hijos de don Joaquín, quienes, junto con Cenorino García se apartaron de la orquesta y al lado de Anatolio Farfán dieron forma a un nuevo grupo: el Conjunto Melódico Capri, que fue sumando integrantes. La memoria me traiciona, no recuerdo bien todos los nombres ni en que orden llegaron al grupo, pero en algún momento estuvieron: José García, Rodrigo 'Ligo' Gutiérrez, Alfonso 'Toloncho' Vázquez, Efraín 'Pelón' Guzmán, José Luis Leal, Víctor 'Barbas' Arredondo y Javier Gutiérrez (sin parentesco, ex-integrante de los Sonor's de Pátzcuaro y de los Artesanos de Santa Clara). Mención especial merece el gran amigo Arturo 'Galán' Jiménez a quien muchos consideraban el alma del conjunto por la alegría y el entusiasmo que derrochaba en todos los eventos del grupo.
El número de integrantes no era lo único que aumentaba: también, y en mayor proporción se acrecentaba su nivel interpretativo. En pocos meses eran dueños de un estilo fresco, original y de muy buena calidad artística. Se hicieron imprescindibles en cualquier celebración pública o privada que se respetara. Todos sabíamos de su excelencia musical aunque su popularidad se limitaba al ámbito local.
Entonces, fueron "descubiertos" por un primo-hermano de mi papá: Gonzalo Valdovinos, quien recientemente se había separado de los Sonor's luego de grabar el éxito más grande en la historia de ese grupo: 'Cozumel'. Ahora era un organista de relativo éxito, pero principalmente, productor y director artístico de Cisne-Raff, un sello en aquel entonces pequeño y que llegaría a ser de los mayores de México con el nombre de Fonovisa-Melody.
De la mano de Valdovinos el grupo inició una época de éxitos a nivel nacional con el nuevo nombre de los Tropilocos. No recuerdo si el cambio fue porque ya existía otro grupo llamado así o por no sonar muy comercial. El caso es que a un directivo de C-R se le ocurrió porque su género era tropical y "porque están re-locos". Esto último debido a que cuando hicieron las primeras grabaciones en todo momento hicieron gala de buen humor y en pleno estudio de grabación bailaban, relajados, como si estuvieran en una fiesta.
Ahora déjenme hablarles de la persona que estuvo detrás de aquel "descubrimiento": mi papá, don Raymundo Gil Méndez.
El Conjunto Melódico Capri ("Los Capri" pa' los cuates) tenían como sede de sus ensayos un amplio salón frente a la carnicería de don Gustavo Lule y era nuestro paso obligado cuando íbamos a diario a visitar a mis abuelitos. Mi papá, melómano de toda la vida, no desaprovechaba la opurtunidad de entrar un rato a oír las prácticas vespertinas del grupo y a veces les pedía que tocaran alguna melodía -Calcuta, Mu-cha-cha, Brasil...- Siempre lo complacían, improvisando arreglos en el momento. Esa costumbre tuvo que ver con al menos uno de los primeros hits discográficos del grupo: fue él quien sugirió a su primo Gonzalo que grabaran un antiguo éxito de los Martínez-Gil, La Novia Blanca.
En fin, aquellas visitas al estudio de los Capri lo ponían de muy buen humor, más aún cuando iba acompañado de otro fan del grupo: su compadre y gran amigo, don Pedro Castillo Zepeda. Cada que salíamos del salón ya sabíamos lo que iba a decirnos mi papá; siempre era lo mismo: "Estos muchachos van a llegar lejos. De mí se acuerdan." (De tanto repetirlo, tu dicho se volvió profético y sí, nos acordamos, papá).
Mi tío Gonzalo era visitante frecuente de toda la vida en nuestra casa, pero a últimas fechas lo era aún más, ya que andaba de novio de mi prima Maria Eugenia 'Queña' Abarca (ellos no eran parientes entre sí) y en cada ocasión que lo veía, mi papá, machaconamente le decía que fuera a oir " a estos muchachos tan buenos", a lo que invariablemente le contestaba: "Cómo no, Mundo, pero a'i pa' l'otra". Y siempre quedaba "a'i pa' l'otra". Era comprensible: la música era su trabajo y cuando venía a Tacámbaro sólo pensaba en estar con su prometida y olvidarse un poco del stress laboral.
Se le ocurrió un día a mi papá una brillante idea: le dijo a mi prima que se lo pidiera. A ella no se lo pudo negar, y sin mucho entusiasmo se dejó guiar por mi hermano Felipe y por mí al estudio del grupo. Le dijo a los muchachos: "Miren, aquí les dejo una pieza que acabo de componer, dedicada a mi novia. La melodía se llama 'La Queña'. Ensáyenla bien y la semana que entra vengo a ver cómo les quedó". Regresamos a la casa y cuando acabábamos de comer llamó a la puerta un mensajero del grupo: ya tenían lista 'La Queña'. Incrédulo, mi tío nos dijo: "Espérenme tantito, voy a ver eso". Pues no fue tantito... se tardó un buen rato y cuando al fin volvió, su actitud era otra. Lo había sorprendido el talento y la habilidad de los muchachos. Ahí mismo empezó a hablar de contratos de grabación, de arreglos profesionales, de giras, etc. Para emplear una frase de mi papá: " Y de ahí pa'l Real..."