Revista Literatura

Inchátiro nueve: Adiós, don Chava.

Publicado el 15 febrero 2013 por Gildelopez

Inchátiro nueve: Adiós, don Chava.

Inchátiro nueve: Adiós, don Chava.

Inchátiro nueve: Adiós, don Chava.

   ADIÓS, DON CHAVA.
Tres fueron los grandes ídolos de mi infancia: Vicente Saldívar, Cassius Clay y Chava Reyes.
   Ellos eran quienes dominaban las primeras planas de la secciòn deportiva de los periódicos que fueron mis primeras lecturas.
   Era difícil no impresionarse con sus hazañas dentro y fuera de los escenarios deportivos.
   Cassius Clay, con su rechazo al servicio militar y su postura anti-guerra de Viet-Nam era nuestro gran héroe; más cuando sus firmes convicciones le granjearon el despojo de su título de campeón mundial de boxeo y una condena de prisión que, aunque no se hizo efectiva, lo proscribió de los cuadriláteros por varios años.
   Volvió por sus fueros luego del forzado retiro, para continuar su brillante carrera, confirmando que era "el Más Grande".
   De Saldívar, además de su mortífero puño izquierdo -que lo consagró como "el Zurdo de Oro"-, de sus épicos, triunfales combates contra Mitsunori Seki en el Toreo de Cuatrocaminos, nos fascinaba su estilo de vida: era un 'bon vivant' que se codeaba con la élite de la farándula nacional y las actrices más bonitas del medio habitualmente iban colgadas de su brazo (por algo era de oro).
   La suya fue una carrera fulgurante con un prematuro retiro voluntario, del que regresó con más pena que gloria, para que Kuniaki Shibata casi lo retirara, ahora sí definitivamente. Poco tiempo después, murió de cáncer a la temprana edad de 42 años.
   Mi mayor ídolo se llamaba Salvador Reyes. A Clay y a Saldívar los admiraba mucho, pero a Reyes más que admirarlo, quería ser como él, ser él.
   Y, al menos en mi cortísima carrera de futbolista infantil callejero, mis sueños se cumplieron.
   Casi todas las tardes, al terminar mis tareas escolares, iba al barrio del Hospital en donde tenía muchos amigos: los hermanos Pedraza, los Magaña, los Silva y sobre todo, los Álvarez, Adrián y mi compañero de escuela Rodrigo, quien con su habitual energía organizaba partidos de futbol en la calle afuera de su casa.
   Eran juegos plagados de estrellas: todos pretendíamos ser figuras famosas y para evitar pleitos, resultaba que había varios 'Borjas', varios 'Pelés', algún 'Puskas' y un sólo 'Gordon Banks': Rodrigo, que siempre era portero de alguno de los improvisados equipos que nunca eran de once jugadores. Incluso a veces un equipo tenía más integrantes que el otro.
   Nuestra formación en la cancha era la clásica "T en B" (todos en bola) y no había un árbitro; había diez o doce, tantos como jugadores hubiera en el terreno de juego. Las faltas las sancionaba el jugador mas cercano, lo que generaba no pocas discusiones, una de las cuales provocó mi retiro de las canchas. Yo exigía que se marcara como falta un tremendo golpe que recibí en la cara, pero uno de los jugadores contrarios hizo ver que el golpe había sido con la pelota y que no podıa ser falta.
Lo que me hizo abandonar el juego y mi incipiente (y malísima, la verdad; el Señor no me llamó por ese camino) fue el comentario con que zanjó la discusión el 'réferi': "¿a qué pen... se le ocurre rematar con la jeta?" . Mi dignidad ofendida me hizo salir del juego e ir a sentarme a la ventana de la casa de Rodrigo, como espectador.
   Desde entonces, aunque seguí yendo todas las tardes, ya nunca jugaba y me divertía viendo a mis amigos correr tras la pelota.
   Tenía otra motivación, además: si corría con la suerte de que llegara doña Ceci, la mamá de los Álvarez, era seguro que me invitara un espumoso chocolatito acompañado de un bolillo de la panadería de los Hurtado, que estaba a unos pasos de nuestro "estadio".
   Poca fue la vida de mi carrera futbolística y poquísimos mis logros (no recuerdo haber anotado ni un gol), pero mientras duró, cumplí mis anhelos de ser Chava Reyes.
   Reyes era el protagonista de un comic del que no recuerdo el nombre y que me gustaba mucho leer. Era además, el jugador de quien todo México hablaba. Yo no sabía que era integrante del Guadalajara, que aún no era mi equipo favorito (faltaban años para que Alberto Onofre me convirtiera a la religión Chiva).  Lo admiraba por ser EL goleador de la selección nacional.
   Con el tiempo he seguido las carreras y admirado a muchos otros personajes, pero ninguno con aquellos niveles de idolatría de mis primeros años.
   Medio siglo ha pasado. Chente Saldívar partió hace mucho. Las imágenes de un Cassius Clay (que además ahora se llama Muhammad Ali) demolido por el Parkinson estrujaron mi alma hace algunos años. Don Chava Reyes se acaba de ir. Todo esto son señales de algo. No sé de qué, pero señales.
   O tal vez sí lo sé pero no quiero decirlo...

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