Menos mal que ha sido posible la reaparición de este blog, al que tengo cierto apego. Cuando sucedió, pensé que era cosa de Google, pero en cuanto pude pensar con cierta claridad, me di cuenta de que de haber sido cosa suya, se me habría avisado de la falta en la que hubiera incurrido.
Tampoco me parece que haya sido cosa de las personas a las que no les gusta lo que expreso, que normalmente se conforman con ponerme verde.
La explicación más sencilla, y en la que no había caído, es que caigo mal a los medios tecnológicos que suelo utilizar, porque aunque no lo parezca, tienen vida propia. Y no es cosa de ahora, viene de atrás. De mis peleas con los sistemas operativos informáticos que funcionan bien a todos menos a mi. El Ubuntu, que va tan fluido para todos, y cuya conexión inalámbrica les va como la seda, en mi caso era un poco distinto. Yo tenía que enganchar un cable del router al pc para poder hacer algo. Las diferentes versiones de Windows, con sus características interrupciones en el momento más crucial. El navegador ese, tan majo y tan estable, que se me va y se me reinicia cuando menos me lo espero. Y esa tarjeta de memoria tan chula, de 32 Gb, que un día se hartó de mi, y me dejó sin todos los documentos y archivos que le había confiado.
Tenemos que tener cuidado en no perturbar ni molestar al espíritu de la tecnología, que cuando abusamos de su paciencia, o cuando simplemente no le gusta nuestra cara, nos castiga despojándonos de los resultados de sus vastos poderes.