India: No country for children

Publicado el 02 agosto 2012 por Gialuxa @viajerasoy

Me despierto empapada por el calor, para variar el aire acondicionado no está funcionando. Mientras saboreo el exquisito masala chai del cual pretendo no derramar siquiera una gota, hojeo el Hindustan Times, que se ha transformado en mi fiel compañero durante estos últimos días.

En el diario hay una columna especial que recuerdo haber visto anteriormente, se titula “No country for children”, escrita por Mallica Joshi, una sagaz periodista Hindú, que se dedica a investigar el tráfico, venta y condiciones de vida de los niños de la India.

Reviso mi correo, y tengo varios mensajes esperando respuesta de cómo va mi viaje “espiritual”, suspiro y me quedo pensando en el término… porque a pesar de que ellos deben imaginar que me encuentro en un estado de paz, yoga y meditación profunda, presiento que esta experiencia ha sido una cita con una de las realidades más crudas.

Una verdad que ha cambiado una parte importante de mi vida, y estoy segura que ni siquiera mil clases de yoga hubieran podido entregarme, y que me han hecho amar más aún, cada minúscula partícula de vida. En realidad concuerdo y asiento, sí, ha sido un viaje espiritual, pero no de la manera que muchos pudieran llegar a imaginar.

Releo la columna de desaparecidos, en donde se buscan niños perdidos que van desde un año de edad. Tomo mis cosas y salgo a caminar, ya en la calle me llama la atención ver a algunos bebes que llevan los ojos bien delineados, “es para protección me dicen, para el mal de ojo”, claro, se a lo que se refieren, pero esta vez al más puro y exótico estilo hindú.

Por 150 rupias (tres dólares) algunas madres venden a sus hijos, las jóvenes son raptadas por traficantes en el camino de su casa a la escuela, mujeres con bebes desnudos tirados en las calles, y algunos jóvenes casi en los huesos te suplican por algo para comer. Aquí casi no existe el robo, pero sí mucha pobreza y varios casos de violaciones a mujeres y menores.

Tomo el metro con dirección a Chandni Chowk (uno de los barrios más pobres de New Delhi), y me aseguro de subirme al vagón exclusivo de mujeres. Sentada al frente, una mujer sujeta a un niño de unos tres años, el chico se cae de cabeza cada vez que el tren frena. Ni siquiera derrama una lágrima, parece estar acostumbrado…

Allí me encuentro con las mini familias impuestas y compuestas por la pequeña madre (quien no supera los 10 años), un bebe que carga en sus brazos, y una tropa de niños que lleva de la mano y agarrados al sari. En realidad todos sabemos que no son sus hijos, la mayoría de las veces son clanes armados por los mismos traficantes.

Me dicen que nos le de nada, pero es imposible no hacerlo, se me parte el alma y se me quita el hambre. Doy gracias a Dios por la vida que tengo, con sus cosas buenas y también las malas, y le exijo que proteja a estos niños.

De reojo veo que me sonríe una pequeña vestida como una princesa, y que tiene un rostro que iluminaría mil atardeceres. Ella será feliz, yo deseo que lo sea inmensamente… le sonrio de vuelta, y se pierde entre la multitud dando brincos, mientras se secretea con su madre.