Tengo menos de diez años. No sé si un año menos o varios.
La noche ha quedado silenciosa.
Algo ha pasado, pero no alcanzo a registrar la magnitud. No sé si quiera o deba hacerlo tampoco.
Hasta hace un momento todo era un surmenage de palabras en forma de cuchillos, gritos, estridencias de cosas estrelladas contra el suelo. El cielo se estaba resquebrajando.
Nunca entendí bien esa expresión de algo que se “estrella”.
Ojalá fueran las estrellas las que cayeran en el piso de la cocina y fundaran cráteres llenos de brillantinas de colores, ojalá ese cráter me tragara y me llevase a un universo paralelo donde la vida fuera un abrazo y no esta película violenta y psicodélica.
La mesa de la cocina yace descuartizada, parece que han muerto sus patas, o al menos están en coma cuatro. Ríos de antiguos habitantes de la alacena circulan en un piso gomoso. El azúcar se adhiere en las suelas del calzado, y pasa a ser lo único dulce en varios kilómetros a la redonda.
Recuerdo que esa pegatina duró semanas, y nuestros pasos sonaban distintos cada vez que circulabamos por la cocina. Un ruido más que se sumaba a la vida tirante y silenciosa de esa casa.
La cara de mi padre está desdibujada. Mi madre ha vuelto en sí, como quien retorna a su propio cuerpo luego de haber hecho un viaje a un lugar que nunca supimos donde quedaba.
Yo vuelvo del fondo del patio, sin hacer ruido y tratando de pasar desapercibida, luego de haber estado acurrucada entre mis propios brazos, tratando de no escuchar nada.
Después no sé, después la vida.
Patricia Lohin
Foto: © Matei Hablinski
#escritura #otoño #patricialohin #relatos #escritos #blog #escritora #amor#relatos #infancias