No soy neuróloga, no lo pretendo...Sorprendida por lo mucho que creemos saber y controlar sobre el mundo en pleno siglo XXI, sorprendida de lo mucho que desconocemos sobre nosotros mismos y más aún cuando nos centramos en ese órgano maravilloso y sorprendente que es nuestro cerebro.Lo peor es que cuando ponemos nombre a las enfemedades mentales, adquirimos una falsa creencia de control sobre ellas...¡nada más lejos! Nombres tan singulares como enfermedad de Alzheimer, de Parkinson, de Pick, de Huntington, demencia por cuerpos de Lewy, etc.
Reflexiono y cada vez más, asocio el cerebro a un cristal: tan frágil y tan duro a la vez, como el cristal...En la infancia, el cerebro registra cada emoción, la graba y la guarda en rincones secretos de donde sale empujada a través de estímulos que no podemos controlar; deja una impronta, igual que hace una huella sobre el cemento fresco, y queda ahí para siempre, saliendo a hurtadillas, cada vez más, según vamos cumpliendo años.Eso pasó con esos niños a los que una guerra (¿qué más da cual?) robó no, arrancó de cuajo la infancia, los dejó huérfanos y sin el calor de un hogar; esos niños que para superar el enorme trauma sufrido, guardaron recuerdos terribles, bajo siete llaves, para poder seguir viviendo.Me viene una imagen: ¿Sabéis lo que hacen los de Carglass con un cristal fracturado? Sí, le ponen un parche de vidrio que evita (al menos temporalmente), que la grieta siga su curso natural hasta romper totalmente la luna. Pues para mí, así es nuestro cerebro con las emociones: ese trauma, provocó una grieta, que por supervivencia y de forma natural, se parchea y se detiene, en algún lugar...pero, inesperadamente, (pueden y suelen pasar muchos años)...el parche salta y la grieta sigue imparable su curso, como el agua que se desborda y vuelve a su cauce natural...nadie ni nada la detiene.Por ella, vuelven a salir, como si el tiempo no hubiera pasado, como si se hubiera detenido en ese instante, momentos vividos, emociones sentidas, canciones escuchadas, el niño al que se le paró el reloj y al que nadie explicó qué había pasado en el mundo, (tampoco lo hubiera entendido).Vuelve el niño, y vuelve a disfrutar con cosas tan simples, tan simples, como volver a cantar esas viejas canciones (se convierten en refugios que le dan seguridad, donde se siente a salvo), que le regalen caramelos, o saborear un cucurucho de helado, y sobretodo con que le hablen con cariño, con mimo, como no pudieron hacerle cuando tocaba, cuando de repente se hizo viejo. Ahora que ya es viejo, necesita ser y se siente otra vez niño.Pero, y ahí está lo peor...también comienzan las ideas delirantes, las psicosis, las paranoias...el sufrimiento de un dolor que desborda todas las medidas, ¿cómo medirlo?, comienza también el tratamiento de la enfermedad, la medicación que suaviza algunos síntomas, pero provoca otros, ¿qué es peor?¿lo sabe alguien? Los que te queremos, tan solo esperamos, vemos cómo va evolucionando el trastorno, intentamos controlarlo, necesitamos creer que nos adaptamos a él...y los "expertos" callan, se interesan pero mejor mirar a otro lado, van ajustando la medicación, no los culpo, no se puede hacer más contra la degeneración progresiva e irreversible: suba media de ésta y quite un cuarto de aquella, a ver que tal... Tan solo esperamos...
A mi padre y a todos aquellos niños del 36.MFFP.
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Infancias arrancadas...
Publicado el 04 agosto 2013 por María F María F Fernández PérezTambién podría interesarte :