La habitación de mis padres era una región inmaculada e inaccesible. Tanto es así que me cuesta detallarla debido a las mínimas veces que pude entrar en ésta.
De las diversas locaciones donde estuvimos viviendo, en la última, la habitación está desaparecida de mi memoria. Aparentemente no entré nunca. ¿Tendría pisos, cama y dos mesitas de luz?
Cualquier territorio prohibido, dentro o fuera de nuestro alcance, siempre tiene una invitación abierta, sin fecha ni vencimiento y sin costo monetario alguno. Invitación a explorar cuando las circunstancias fueran propicias. Y como exploradora que está a un paso de la conquista. esperé que la oportunidad diera la vuelta a la esquina.
Desilución fue haberme expuesto a un proceso judicial por invasión ilegítima de territorio ajeno, cuando el tesoro era inexistente.
La habitación era un lugar despoblado y frío. Al estar siempre la puerta cerrada, el clima allí adentro era glaciar tanto en invierno como en verano. Paredes desteñidas, la cama prolijamente tendida, una cómoda con un vidrio arriba carente de fotos, estampas o versos, y varios cajones con prendas cuidadosamente dobladas. Para completar el paisaje dos mesas de luz sin cajones de doble fondo, cartas de amor ni joyas en extinción. El panorama se completaba con un rosario colgado en la pared que daba al respaldo de la cama.
Me sentí observada por el Cristo de la cruz y decepcionada por la ausencia de material.
Sin dudas lo prohibido habría de vivir en otra parte.
Patricia Lohin
Imagen © Matei Hablinski
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